El verdadero amor

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

La segunda película de Claire Burger, "El verdadero amor", es un cálido y equilibrado relato sobre un hombre respondiendo al mandato de encargarse él solo de sacar a su familia adelante. En épocas en los que las cuestiones de género y feminismo están en la coyuntura mundial, no sólo los roles femeninos, sino también los masculinos son revisados y adaptados a la actualidad en la gran pantalla.
En 1979 "Kramer Vs Kramer" hizo historia por varios sentidos. Por un lado algunos la consideran una injusta ganadora del Oscar. También fue el film que vio despegar la carrera de Meryl Streep.
Pero lo que más revuelo causó fue precisamente ese rol interpretado por la actriz de "La decisión de Sophie". Una mujer que abandona a su marido con su hijo pequeño para desarrollar su vida en libertad, y que años después regresa reclamando la custodia del menor.
En el film de Robert Benton, la mujer era condenada, claramente era la villana ¿Hoy en día podría contarse una historia así? En "El verdadero amor", Claire Burger nos cuanta algo que tiene algún (lejano) punto de contacto con aquella película, claro, desde otro ángulo.
Mario (Bouli Lanners) fue abandonado por su esposa Armelle (Cécile Rémy-Boutang). Al dolor por el abandono, le suma tener que lidiar con dos adolescentes hijas que quedaron a su cargo. Frida (Justine Lacroix), tiene 14 años, y permanentemente lo culpa por el abandono de la madre.
Niki (Sarah Henochsberg) es algo mayor, tiene 17 años, apoya a su padre; pero vive la transición a la adultez, y le quema el deseo de marcharse del seno familiar. Mario hace lo que puede, intenta seguir adelante, pero le cuesta, quiere lidiar con todo, y está sobrepasado. Aún tiene la esperanza de que Armelle se arrepienta y regrese.
Pronto le llegarán nuevas noticias que caerán como un balde de agua fría, ella ha conocido a otro hombre ¿Qué va a hacer Mario? ¿Será el detonante para finalmente dejar ir? No, seguirá esperando. Burger se aparta del estilo francés frío y distante. Tampoco cae en la liviandad de la comedia de enredos que también formó el país de Francis Veber.
"El verdadero amor" se inclina por un tono ameno, por la comedia dramática, por posar la mirada sobre los personajes más que sobre la historia misma. A diferencia de "Kramer Vs Kramer", "El verdadero amor" no juzga, no se detiene a juzgar a Armelle por su decisión, y si lo hace, será sutil y abierta, dejará que sea el espectador quien saque las conclusiones. La mirada está puesta sobre otras cuestiones.
Mario debe hacerse cargo de un mundo nuevo. No sólo el de la “soltería”, no solo aprender a no aferrarse a lo que se terminó; debe aprender a lidiar con dos adolescentes mujeres, que le plantean problemáticas propias de una mujer a esa edad.
Mario es lo que tienen Frida y Niki, y entre los tres deben aprender a decodificarse. Burger irá planteando diferentes puntos de vista, y en este sentido, si bien el ritmo es tranquilo, aunque no lento, puede sentirse abrupta en determinados tramos, o falta de algo de profundidad.
Quitando esta liviandad deliberada, buscada dentro de un foco de ternura y calidez, "El verdadero amor" presenta una historia muy humana, que intenta hacernos comprender el accionar de todos sus personajes. La decisión de correrla de París, también es acertada, y permite una mayor empatía y verosimilitud con lo presentado.
Burger se luce también como directora de actores. Bouli Lanners hace un gran trabajo como Mario, este hombre rígido, quebrado, que debe reconstruirse para comenzar de nuevo, y darse cuenta que mucho de lo que creía no era tal. Burger muestra todo su recorrido desde su esquematismo inicial, hasta su renacer frente a nuevos paradigmas.
También permite una gran química con Lacroix y Henochsberg, dos jóvenes actrices que llenan de color a sus personajes, y están siempre en sintonía con quien hace de su padre. La directora de "Party Girl" logra otra propuesta que penetra no tanto por su peso narrativo, ni por la contundencia de sus planos. Nos entrega una película chica, humana, identificable, con una mirada actual, y para un público amplio.
Probablemente no trascienda históricamente, ni deje una huella imborrable; pero logra lo que se propone, hacer que el público al que va dirigida tenga un momento de cine como la vida misma.