El vengador del futuro

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Un autodescubrimiento literal

En abril de 1966 en “The magazine of fantasy & science fiction” publicó el cuento “We can remember it for you wholesale”, de Philip K. Dick. La historia en sí era una especie de chiste, una especie de caja china donde las memorias solicitadas tenían un asidero en la realidad más de una vez, con un final inesperado y grandilocuente a nivel “cósmico”.

Sobre esa idea se montó la “Total recall” (acá llevó el peculiar título de “El vengador del futuro”) de 1990, dirigida por Paul Verhoeven (sobre guión de Ronald Shusett, Dan O’Bannon, Gary Goldman y Jon Povill) y protagonizada por un Arnold Schwarzenegger en alza tras “Terminator” y una Sharon Stone antes de dar el salto a “Bajos instintos”.

Esta nueva versión (en la que el título local se justifica menos que en la primera) se basa lejanamente en el filme de Verhoeven, en cuanto a personajes y situaciones (como la trampa menta), pero esta vez sin viaje a Marte, ni mutantes rebeldes, ni artefactos alienígenas; en buena medida, toma elementos de otros filmes inspirados en la obra de Dick. Como por ejemplo el esquema del ciudadano común que un buen día es perseguido por los “anticuerpos” del sistema (“Minority report”), bajo la convicción de que es quien no dice ser (“El impostor”). También está la idea del lavado de memoria y las pistas dejadas previamente por el mismo sujeto para reencontrarse con quien fue (“Paycheck”). Para mayor condimento, algunos escenarios nocturnos y lluviosos, plagados de multiculturales anuncios de neón (“Blade runner”) para la Colonia.

Ser o no ser

El mundo que muestra Len Wiseman está devastado por una guerra bacteriológica que dejó sólo dos espacios habitables: Europa occidental (organizada como la Federación Unida de Bretaña) y Australia (convertida en la Colonia).

Ambos territorios están unidos por “la Caída”, una especie de supertren subterráneo que atraviesa el planeta en unos 17 minutos, merced a pasar cerca del núcleo. Todos los días, miles de trabajadores de la Colonia se suben a este transporte para ir a “yugarla” a la FUB: uno de ellos es Douglas Quaid, quien vive una vida sin expectativas junto a su esposa Lori.

Frustrado por los ascensos negados, y por sueños recurrentes de aventuras junto a otra mujer, asiste a Rekall, una compañía de implantación de memorias, especie de vacaciones virtuales. En esta versión le interesa más la parte de agente secreto (aunque Marte también está entre sus anhelos), pero los técnicos descubren que ya ha habido “toqueteo” en sus memorias.

Ahí vendrán una serie de revelaciones de que no es quien cree ser, ni tampoco Lori, la identidad de la mujer del sueño y las sucesivas personas que fue previamente.

Las caras

Colin Farrell es un gran actor y está muy correcto en la piel del traumatizado Quaid, que es en realidad Carl Hauser, y no entienda nada aunque deba “seguir su corazón”, como le dice el líder rebelde Mattias. Jessica Biel hace lo suyo como la resistente Melina (por ser de la Resistencia, pero también por bancarse de todo), bonita y aplicada como es. Pero lo más vistoso es Kate Beckinsale como Lori, la esposa cariñosa que se revela como una súper agente mortífera, persistente y con ideas propias. La verdad es que cuando todos empezamos a pensar lo desperdiciada que está Kate en ese papel, ¡pum!, se encarga ella misma de justificar por qué está ahí (todo esto más allá de ser la esposa del director, quien también la hizo lucirse como la vampira de “Inframundo”).

El resto es algo para Bryan Cranston como el canciller Cohaagen (quizás un poco encerrado en un villano medio arquetípico) y la aparición de Bill Nighy como Matthias, y varios secundarios.

Mundo futuro

El guión firmado por Kurt Wimmer y Mark Bomback es interesante, de buen ritmo y bien llevado por el director, más allá de que no tenga sorpresas del otro mundo. Se destaca por el sabor dickiano al que referimos previamente, y especialmente por tocar dos temas candentes en los Estados Unidos de hoy: la falta de perspectivas de ascenso social de buena parte de la población (en realidad de esto hablaba John Kenneth Galbraith en 1991; ahora directamente se están cayendo del mapa unos cuantos) y la idea de los atentados fraguados por el poder para justificar diversas represalias.

El crescendo final es de manual, hasta con algunos de esos giros sorpresivos al estilo de las películas de terror, una vez que todo ya pasó. Por ahí, alguno esperaría más incertidumbre entre lo real y lo implantado... (el episodio de “Buffy la Cazavampiros” donde se mueve entre su realidad sobrenatural y una realidad “normal” en la que está loca era más intranquilizante, pongámosle).

En cuanto al despliegue visual, está a la altura de las circunstancias: desde el diseño de “la Caída” y sus viajes, los sintéticos (mezcla de los robots de “La amenaza fantasma” con el uniforme de los clones en las otras de “Star Wars”), la pelea en la red de ascensores y la persecución por las autopistas de autos de levitación magnética. También el diseño de la pulcra capital de la FUB, y la caótica arquitectura de la Colonia, mezcla de Villa 31 con las Neo-Tokio post-apocalípticas del mundo “manganimero” (muy influenciadas por “Blade Runner”, justamente).

Por cierto, la música de Harry Gregson-Williams le suma mucha intensidad al relato, con su percusión algo tribal. En definitiva: una historia bien contada, ninguna revelación... pero tal vez al viejo Phil le gustaría.