El vengador del futuro

Crítica de Diego Lerer - Otros Cines

Cabeza borradora

Adaptar a Philip K. Dick parecería ser, a esta altura, casi un rito de pasaje para cualquier cineasta que intente ubicarse en esa zona a la que podríamos llamar ciencia ficción cerebral. Pocos han logrado hacer obras maestras (acaso Blade Runner y Minority Report sigan siendo las únicas grandes películas de todas las surgidas del universo Dick), pero si había una que había tenido resultados más que dignos, esa era la original adaptación de 1990 de Paul Verhoeven del cuento We Can Remember it For You Wholesale que se llamó Total Recall y, aquí, El vengador del futuro.

Esto lleva a pensar algo obvio: ¿Hacía falta una remake a sólo 22 años de la original? Cierto es que las posibilidades de generar secuencias de acción de forma digital han cambiado radicalmente, pero ese no parece ser el mejor motivo para rehacerla. Viendo esta nueva versión, dirigida por Len Wiseman (Underworld, Duro de matar 4) uno entiende los motivos por los que se hizo, aprecia sus limitados logros, pero termina por darse cuenta que la original quedará como la mejor de las dos.

Es que la sensibilidad zarpada de Verhoeven (de quien quieren “rehacer” también ahora RoboCop, otra remake innecesaria) es muy diferente a la creación de un futuro distópico gris y desangelado que se presenta aquí. Y Colin Farrell es -a diferencia del inclasificable Arnold Schwarzenegger- un héroe acorde a los colores de ese universo: sólido, intenso, pero también gris, sin gracia.

Para los que no conocen la historia, la trama original pone en juego la identidad de Douglas Quaid, un empleado de una fábrica de robots en un mundo futurista que está dividido en dos grandes bloques habitables: un imperio llamado UFB (la United Federation of Britain) y La Colonia (lo que hoy es Oceanía, un mash-up de motivos tercermundistas asiáticos), que se comunican entre sí mediante un velocísimo tren (llamado La Caída) que cruza de punta a punta el planeta en 17 minutos.

Hay un importante conato de rebelión en La Colonia para acabar con la dominación imperial y, sin quererlo, Douglas aparece en el medio ¿Cómo? Un día va a una empresa que inserta en el cerebro fantasías para el disfrute de los clientes, pero algo sale mal y la fantasía de Doug de ser agente secreto parece transformarse en realidad. Allí descubre que su esposa es una agente del gobierno, que hay una mujer con la que pudo haber estado relacionado en el pasado y que, tal vez, él tenga algo que ver con la rebelión que se viene gestando ¿Pero todo esto está pasando o es parte de la fantasía?

Wiseman no pierde mucho tiempo en explorar los costados metafísicos de la historia de Dick. Parece usarlos, simplemente, para crear un antecedente hitchcockiano (un hombre inocente metido en una situación que no comprende) y, una vez eso más o menos resuelto (la sensación de nunca saber si lo que se sucede es o no real, clásica en las adaptaciones de Dick, prácticamente se esfuma cuando empieza la acción), aborda un relato de acción y persecución que se extiende, casi sin pausa, durante más de una hora.

Ese relato, si bien resulta reiterativo y algo cansador, otorga algunos placeres, en su mayoría visuales. Y eso es lo más destacable del film, que si bien la trama es predecible (no sólo por conocer la historia, sino por el hecho de que aún está más simplificada), el diseño de producción y el arte generan atención por sí mismos. Ciudades laberínticas con decenas de niveles simultáneos y un uso casi de “cubo mágico” de los espacios, con los verticales y horizontales modificándose entre sí y generando una constante reformulación de la perspectiva. Un poco como El origen (y Blade Runner y Minority Report, y varias más), pero sin demasiadas explicaciones “ad hoc”. El problema es que, de cualquier manera, las secuencias de acción que transcurren en esos espacios no se salen (salvo alguna excepción en cámara lenta por causa de la falta de gravedad) de lo convencional.

No hay Marte en este Vengador del futuro, casi no hay humor, y Bryan Cranston -con una horrible peluca- no está bien utilizado como villano. De las mujeres que se pelean por Farrell (El vengador… maneja, como la película de Verhoeven, ese raro subtexto de tener a dos mujeres peleándose, literalmente, por un hombre), Jessica Biel parece ofrecer más complejidad a su personaje que la asesina de cartulina que encarna Kate Beckinsale. En el parecido entre ambas -de lejos o de perfil, al menos- la película suma un elemento interesante que la otra no tenía. Pero no lo aprovecha del todo, lamentablemente.

El film apuesta a ser también una alegoría política, pero nunca deja la superficie. Hay un poder central totalitario y una especie de Tercer Mundo combativo que no está dispuesto a dejarse pisotear, pero ese mismo “pueblo” por el que la película parece preocuparse nunca deja de ser una imagen de fondo, figuras creadas digitalmente que, debajo de las torres, los extraños edificios y complejas autopistas miran los combates desde lejos, casi como esperando que dejen de hacer ruido de una vez por todas y los dejen en paz…