El último verano de la boyita

Crítica de Ezequiel Villarino - Cinemarama

El segundo largometraje de Julia Solomonoff es un relato que se estructura a partir de una temática demasiado abordada por el cine nacional en los últimos tiempos: el despertar sexual. Sumado a esto, el film se ahoga en constantes clichés, una innegable estética pintoresca for export y una manera de desarrollar lo narrado que no escapa jamás al cálculo y a lugares comunes que son fácilmente reconocibles. Nada sorprende y todo ya ha sido visto con mejor elaboración en films como La ciénaga, La rabia y, en particular, XXY. De esta manera, El último verano de la boyita es un ejercicio cinematográfico destinado a cumplir sus objetivos con excesiva corrección. Es que esos lugares comunes dentro de la historia protagonizada por la pequeña Guadalupe Alonso se valen de imágenes que hacen del campo una recurrente postal turística en donde se insiste en insertar planos descriptivos para ilustrar los espacios y aquellos rituales como son las fiestas, las prácticas culturales y un modo de vida que claramente traza esa división tajante entre lo urbano y lo rural, como también a los individuos que pertenecen a cada uno de esos grupos. Si el film trata una temática importante (lo sexual como una clara alusión a la identidad y a un conjunto de pertenencia), por momentos se descuida esa focalización sobre tamaño conflicto, haciendo de la relación entre ambos menores una mera excusa para implantar todo tipo de referencias a la vida y, como se dijo más arriba, a las prácticas culturales del campo.