El último exorcismo - Parte 2

Crítica de Carlos Schilling - La Voz del Interior

La novia del diablo

Más allá de algunas imágenes y escenas inquietantes, no es mucho lo que tiene para ofrecer El último exorcismo 2 en términos visuales y actorales. Apenas roza el borde inferior del profesionalismo en rubros como fotografía, iluminación e interpretación (sólo se destaca la protagonista, Ashley Bell).

Por suerte, una película no se reduce a sus categorías técnicas o estéticas. A veces su interés reside en un componente menos definible, como podría ser en este caso cierto impulso hereje que apunta en dos direcciones a la vez. Por un lado, pone en tensión los conceptos metafísicos de bien y mal. Por otro, perturba algunos automatismos del género de terror.

Ashley Bell es Nell, una chica de 17 años que en la primera parte de la saga había sido raptada por una secta satánica y que ahora intenta rehabilitarse en una casa-internado, donde convive con otras chicas de su edad. También trabaja y conoce a un chico del que se enamora.

Por supuesto, el pasado (o tal vez algo peor que el pasado) no la deja tranquila, le susurra desde las radios o se le aparece en sueños o le deja extrañas señales en su camino. Pero lo que al principio puede verse como una versión más del remanido conflicto entre la teoría sobrenatural y la psiquiátrica de una posesión se convierte en un drama interno mucho más ambiguo e interesante.

Un punto a favor de El último exorcismo 2 es la fijación de lo siniestro en los detalles: una bicicleta tirada con una rueda que sigue girando, por ejemplo, es mucho más sugestiva que medio litro de sangre derramada. A eso hay que sumarle el ingenuo pero efectivo malditismo de manual que le hace mostrar, por ejemplo, un episodio de posesión como si Nell tuviera un orgasmo suspendida en el aire.

El humor, en cambio, aparece sólo una vez, en una escena inolvidable que condensa en pocos minutos varios rasgos de las sociedades hipertecnologizadas. En menos de un instante, la comedia se transforma en tragedia y Nell adquiere conciencia de lo que significa el mal como poder.

Comparada con la primera parte, contada como un falso documental, esta segunda resulta mucho menos atractiva desde el punto de vista formal e incluso hay varios tramos en los que se vuelve lenta y morosa, como si perdiera el pulso, lo que no impide que en sus buenos momentos, que son varios, vuelva a latir con una vitalidad cada vez más rara en el género.