El último duelo

Crítica de Franco Denápole - Funcinema

LA VERDAD ES DE LA VÍCTIMA

El último duelo, la más reciente película de Ridley Scott, adapta un hecho verídico: la violación de una joven perteneciente a la baja nobleza francesa del Siglo XIV, así como la posterior denuncia que ella lleva a cabo y el duelo a muerte que esto provoca. Temáticamente, la película aborda específicamente la pregunta acerca de la voz de la víctima, tal y como lo hacía otra película reciente: Hermosa venganza. Se trata de una narración densa y compleja, no tanto por lo que trata sino por las elecciones narrativas que toma para hacerlo.

El guion se divide en tres partes que se corresponden con tres versiones del crimen, contadas por el esposo de Marguerite, el victimario y, finalmente, la propia Marguerite. En este sentido, la película es un remake espiritual del clásico de Kurosawa, Rashomon, que trataba también sobre distintas versiones de una violación. Lo interesante de este tipo de relato (y lo que hace que esta película sostenga sin dificultades su larga duración), aunque resulte obvio decirlo, es la posibilidad de revisitar un suceso desde distintas perspectivas. Se trata este, además, de un método provechoso a la hora de contrastar personajes con cosmovisiones distintas, lo cual es de una importancia mayúscula a la hora de tratar el tema en cuestión.

Entonces, aquello en lo que la película brilla es en la construcción de una estructura narrativa que apunta a normalizar, en un primer momento, la cosmovisión e ideología dominantes, es decir la de los varones, para luego desbaratarla o desmontarla al enfrentar al espectador a la palabra contra-hegemónica de la mujer. Lo que logra es un doble compromiso por parte del espectador: como testigo de un crimen desde la perspectiva de la víctima, pero también como testigo del sistema político y social que lo posibilita y reproduce.

Con todo esto, El último duelo no es una película perfecta. Con el objetivo de dejar en claro aquello que quiere declarar, el guion sacrifica verosimilitud en la construcción de Marguerite, confundiendo en el proceso al espectador acerca de su propósito: se trata de construir un enunciado puramente direccionado hacia el presente, valiéndose del escenario histórico como decorado o, al contrario, quiere plasmar un retrato verosímil de la sociedad de la época. Parece que quisiera hacer las dos cosas al mismo tiempo, mostrando un retrato verosímil de dos varones de la época y luego construyendo una protagonista cuyo discurso recuerda al de una persona del Siglo XXI. En todo caso, se trata de una película movilizante y que introduce matices de los que muchas otras carecen.