El último aplauso

Crítica de Diego Batlle - Otros Cines

Vuelta de tuerca

Uno podría buscarle reparos, encontrarle cuestionamientos (cierto pintoresquismo for export en la mirada sobre Buenos Aires, la selección de "grandes éxitos" del tango en el repertorio, un déjà vu a-la-Buena Vista Social Club, algunos pasajes ficcionalizados que resultan demasiado calculados, armados y forzados), pero El último aplauso no deja nunca de ser un documental llevadero y emotivo.

Los films sobre viejas glorias del tango (aunque en este caso los protagonistas nunca llegaron a ser "glorias") tienen casi siempre el mismo formato (historias de vida, recuperación no exenta de nostalgia, exaltación de sus virtudes artísticas y la reivindicación final), pero aunque uno sepa de antemano que todo terminará "bien"; en este caso, con el regreso de los cantores al Bar El Chino, el derrotero de estos queribles personajes se sigue con interés, con la ternura con que uno vería las desventuras de simpáticos tíos y abuelos que, más allá de su patetismo y de sus miserias, cantan como los dioses y llevan la pasión por la música en la sangre.

Concebida no sólo para el consumo local sino para su exhibición en Alemania, Japón (ambos países coproductores) y otros ámbitos en los que el tango es un producto festejado, El último aplauso comenzó siendo una cosa en 1999 (un trabajo sobre el mítico Bar El Chino de Pompeya y sobre su dueño, Jorge García), pero la muerte de éste, en 2001, obligó a repensar el relato. Kral optó, entonces, por seguir a tres de los cantantes (un hombre y dos mujeres) que se presentaban todas las noches en el lugar y que, tras el fallecimiento del Chino, decidieron no volver más y prácticamente abandonaron la música.

Gracias a la película (y en la línea de la mencionada Buena Vista Social Club, Rerum Novarum o Café de los Maestros), Cristina de los Angeles, Inés Arce y Julio César Fernán vuelven a los escenarios, acompañados por los jóvenes integrantes de la Orquesta Típica Imperial. Sus anécdotas íntimas, las charlas de café, los ensayos y el show final forman parte del entramado que Kral construyó para "salvar" al proyecto original. Una vuelta de tuerca arriesgada, pero que le sale bastante bien, apoyado en un sólido trabajo de cámara, sonido, edición y -claro- en el carisma y el talento de sus protagonistas.