El último amor

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

Sostiene Morgan

La imagen de un desconsolado Michael Caine, casi inmóvil y saturado en tonos apagados, es un presagio inexacto para este drama de la realizadora alemana Sandra Nettelbeck (Sin reservas, Helen). Caine es Matthew Morgan, un norteamericano radicado en París que no habla francés y desde la muerte de su esposa hace menos intentos por comunicarse en la lengua de sus conciudadanos, o menos intentos por comunicarse, en todos los sentidos. Morgan sigue su derrotero con tono cáustico (por qué se eligió a Caine para interpretar a un norteamericano es incomprensible) y, durante un incidente menor sobre un micro, conoce a Pauline (Clémence Poésy), una instructora de baile a la que triplica en edad, con quien se genera una extraña amistad. En memoria de su mujer, que reaparece como un fantasma, Matthew se encierra en su enorme departamento del barrio de Saint-Germain, una fortaleza que sus hijos quieren desguazar para hacerlo retornar a los Estados Unidos. Nettelbeck pudo haber ahondado en el vínculo con Pauline, volverlo natural, menos forzado y con aristas psicológicas, pero optó por una resolución liviana y romántica. Y en realidad, tras la prometedora escena inicial, nada cuesta adivinar que el guión de El último amor será algo inverosímil y más que predecible.