El último amor

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Otra mirada sobre la vejez

Desde hace muchos años la mayor cantidad de películas está dirigida al público adolescente y en el mejor de los casos, a los adultos jóvenes, los dos segmentos que se supone, tiene mayor poder adquisitivo y destinan una parte importante de sus ingresos al entretenimiento, la cultura, etcétera.
En ese sentido son pocas las películas que se ocupan de los mayores y menos aún las que tienen como protagonistas a gente de más de 60,.Una dama en París, de Ilmar Raag; Amour, de Michael Haneke; Rigoletto en apuros, de Dustin Hoffman y Las confesiones del Sr. Schmidt, de Alexander Payne, son algunos de los ejemplos más o menos recientes.
El último amor se asienta sobre el magnífico y siempre eficaz Michael Caine, en una película que explora los recovecos de la vejez, coquetea con el deseo aun latente y luego pega un volantazo para convertirse en un melodrama.
Así, la muerte de su esposa Joan dejó sin demasiados deseos de afrontar sus últimos años a Matthew Morgan (Michael Caine), un profesor jubilado de filosofía que vive solo en Paris, aislado, que no sabe francés porque prefirió que su esposa se comunicara por él. Pero un día conoce a la encantadora Pauline (Clémence Poésy), una profesora de baile tan sola como el protagonista. Desde ese momento se comienza a forjar una amistad rara para el mínimo entorno de ambos, sobre todo para Miles (Justin Kira) y Karen (una Gillian Anderson brillante ), los hijos de Matthew, que además de pasarle varias y viejas facturas, sospechan que la chica va tras su herencia.
La directora Sandra Nettelbeck se asienta en el melodrama, construye una historia donde los lugares comunes se complementan con algunos momentos luminosos, el drama existencialista y claro, utiliza a París como escenario y a la vez personaje destacado del relato. Pero por supuesto, todo el frágil aunque inteligente andamiaje se sostiene por Michael Caine, un intérprete extraordinario, con una dignidad, elegancia y naturalidad que parece sin techo, y que aun a los 80 años parece disponer de una gloriosa fuente de recursos.