El turista

Crítica de Juliana Rodriguez - La Voz del Interior

Como dos extraños

Aunque parezca frívolo, no está de más aclarar la primera idea que todo el mundo asumió acerca de El turista: son sólo dos caras bonitas. Error. Bonita será Angelina Jolie y su boca siempre en pose, porque de Johnny Depp ya no podemos decir lo mismo. La belleza de Depp siempre fue su talento para componer personajes y, justamente por eso, aquí pierde ese encanto.

Ahora sí, la historia. El turista quiere ser, a la vez, un thriller, una historia romántica, un filme de acción. Y de alguna manera lo logra, porque incluye los cligés de cada género: la escena con espías rusos y Scotland Yard, el beso a la luz de la luna, la persecución en autos. En realidad, en este caso es en lanchas, porque el escenario es Venecia, que también termina funcionando como escenario de receta rosa.

Angelina Jolie es Elise, una femme fatal de molde, enamorada de un estafador a quien persigue tanto la policía como la mafia. Para confundir a ambos, ella les hace creer que su amado delincuente es un desconocido que conoce en un tren. Este hombre es en realidad un inocente turista, Frank (Depp), que termina enamorado de ella.

Esta vez, Angelina abandona su heroína de armas tomar y apuesta todo a su costado de seductora Jessica Rabbit, rol que sabe llevar a cabo, mientras deja que la cámara invente nuevos ángulos para retratarla. Pero Depp, un actor que sabe reinventarse para las ficciones más artificiosas, aquí encarna a un hombre común, tan común que lo suyo se parece más a desgano interpretativo.

Ni la fotografía de postal de los escenarios venecianos ni la música rescatan el filme de las aguas profundas en las que se mece. Tampoco lo hace la química entre ambos actores, que bien podría darle un atractivo magnético a la historia. Pero en este caso Jolie y Depp parecen estar a kilómetros de distancia el uno del otro.

En esta remake, inspirada en la original francesa El secreto de Anthony Zimmer(con Sophie Marceau e Yvan Attal), el director Florian Henckel von Donnersmarck (el de La vida de los otros) parece haber escondido la mano. A pesar de todo, el sentido del humor que aparece en algunos momentos rescata el filme, como una señal de que tampoco hay que tomarlo tan en serio. Al fin y al cabo, es sólo una ligera historia de amor.