El turista

Crítica de Ignacio Andrés Amarillo - El Litoral

Aventureros en la cornisa

A veces, Hollywood se sirve de insumos de la cinematografía europea para refrescar su escena. En “El turista”, se convocó a un celebrado director alemán (Florian Henckel von Donnersmarck, el de “La vida de los otros”) para dirigir una remake de “Anthony Zimmer”, un filme escrito y dirigido por Jérôme Salle con las actuaciones de Sophie Marceau e Yvan Attal.

La premisa es la siguiente: Elise Clifton-Ward (Angelina Jolie) es una mujer ultravigilada por la Interpol, porque saben que Alexander Price, su antiguo enamorado y perseguido delincuente financiero, se pondrá en contacto con ella. Nadie sabe el aspecto actual del desfalcador, porque se ha sometido a una cirugía estética, y ella es el único vínculo con él.

Eso finalmente sucede: una carta de Price le manda abandonar París en el tren a Venecia, elegir a un desconocido de su contextura física y tratarlo como si fuese él mismo. Así, Elise cruzará su destino con Frank Tupelo (Johnny Depp), un profesor de Matemática de Wisconsin, lector de novelas de espionaje.

Una vez en la otrora Serenísima República, la farsa sigue y atrae la atención no solamente de las fuerzas del orden, encabezadas por el inspector John Acheson (Paul Bettany), sino también del mafioso Reginald Shaw (Steven Berkoff), antiguo jefe y principal perjudicado por el accionar de Price.

Así, la seductora mujer termina involucrando al medio pelmazo profesor (e involucrándose con él más allá de la misión prevista), aparentemente nada preparado para las lides del mundo del crimen internacional. Y decimos aparentemente, porque con el devenir de la historia iremos viendo que nada es lo que parece.

La tensión va pasando de los humorísticos diálogos y vivencias compartidas por la pareja hasta ir decantando por una trama de aventuras con algunos secretos, hasta alcanzar el clímax en un desenlace que sorprenderá a más de uno.

Química esencial

El filme tiene tres claros atractivos. Por un lado, la persecución desde ambos lados de la ley para atrapar al banquero ladrón y capturar su dinero, estructurada con solvencia en el guión y llevada con mano firme por el director, quizás elegido por los productores por haberse hecho conocido con una película de espías.

Por otra parte, Henckel sabe sacar provecho a los escenarios que filma: así, no escatima algunos buenos planos de París antes de abocarse a la tarea de reflejar una Venecia turística, moderna y glamorosa, ideal para tragedias y romances desde la época de Shakespeare (Niza era la ciudad elegida en el original francés, que no se vio por estos pagos).

Pero la carta de triunfo es sin duda la química entre los protagonistas y el juego de desigualdades entre ellos: entre las morisquetas y excentricidades de Depp (siempre atractivas, aunque por momentos recuerden a las del Jack Sparrow de “Piratas del Caribe”, especialmente en la secuencia del escape por los techos) y el porte señorial de Jolie, más aplomada que en obras anteriores como “Agente Salt”, en quien se esmeró la dirección de vestuario (a cargo de Colleen Atwood) para darle una estampa de diva del Hollywood de la era dorada. Sabedores los responsables del filme del atractivo que generan ambas estrellas con sólo poner su cara en la pantalla, confían en las dotes actorales de ambos para darle credibilidad a la historia.

En el borde de la ley

“En el lugar de donde vengo, el mayor elogio para una persona es decir que tiene los pies sobre la tierra. Siempre he odiado eso”, dice el personaje encarnado por el habitual fetiche de Tim Burton. Y la historia reivindica eso: la vida de aquellos aventureros que se animan a lo que las “personas normales”, simples mortales, sólo alcanzan a atisbar en las novelas de espionaje.

Como en la saga de filmes encabezados por Danny Ocean (el personaje encarnado por George Clooney, otro “calentador de pantallas” con talento añadido), se juega con la complicidad de un espectador, que simpatiza con simpáticos delincuentes que, sin ser tampoco Robin Hood, de última se han enriquecido a costa de peores criminales, sean éstos mafiosos o megacorporaciones. Así, se estructura un juego a tres bandos: el de los justos pero algo atolondrados hombres de la ley, el de los temibles asesinos inescrupulosos, y entre ellos, la figura del “buen ladrón” (a medio camino entre el crucificado arrepentido Dimas y quienes hicieron de él su santo patrono).

En definitiva, una película que entretiene al espectador desde el cruce de géneros, y en donde “la victoria del bien sobre el mal” no es algo que baja desde un púlpito, sino que se comenta entre chanzas y coqueteos con un aperitivo rosso en la mano, mirando el atardecer en el Lido.