El triunfo

Crítica de Roma Tosi - Loco x el Cine

En 2020, esta película quedó seleccionada para el Festival de Cannes. Sin embargo, el festival, como gran parte de nuestra cotidianidad, fue cancelado por la pandemia. Con el telón de fondo de estos tiempos de espera existenciales, El triunfo (Un triomphe) cuenta la historia de Etienne (Kad Merad), un actor de mediana edad que sobrevive con varios trabajos temporales, entre ellos, dar por primera vez un taller de teatro en una prisión.

Etienne no sólo está frustrado con su falta de estabilidad y perspectivas laborales sino también, como veremos, mantiene una relación conflictiva con su exesposa y con su hija adulta. Pero en el taller se reencuentra con el teatro desde otro lugar: y es que la espera continua que es la vida de los reclusos para comer, para la visita, para salir finalmente, carga a esos cuerpos y a esas subjetividades de la potencia de lo verdadero en las actuaciones.

Etienne entonces deviene director y los cinco reclusos (para quienes la participación en el taller es la excusa para pasar el tiempo y salir de sus celdas), devienen actores. El proyecto pasa de la representación simplona de fábulas a la puesta en escena en un teatro extramuros de Esperando a Godot, de Samuel Beckett, con la consiguiente rutina de ensayos y compromiso.

Hay ciertas preguntas que, como en el punto más fuerte de la pandemia, nos zumban en la cabeza y que aquí parecen replantearse: ¿qué lugar ocupa el arte en nuestra vida? ¿es imprescindible? ¿qué sentido tiene la existencia cuando se parece a una espera de algo superior que no llega? (Porque a esta altura no es un spoiler de la obra de Beckett que Godot nunca aparece, ¿no?) Pero las respuestas que propone la película son bien distintas a las que da La sociedad de los poetas muertos, por ejemplo: el arte no es imprescindible; sólo nos ayuda a sobrellevar mejor la vida.

Las actuaciones son muy sólidas. Vemos ciertos arcos de actuación muy logrados, especialmente los actores-reclusos (un elenco multicultural que da cuenta de la Francia contemporánea) que superan la incomodidad inicial de quienes no han hecho teatro o el desinterés de los que ven la oportunidad de mejorar su situación penal hasta comprometerse con cada ensayo y conformar un grupo más allá de las individualidades. Asimismo, maneja una tensión que se extrema al final y no deja de convertirla en un producto entretenido.

A pesar de estar basada en hechos reales, hace falta, como en el teatro, entrar en código o guardar cierta fé poética que nos permita olvidarnos por un rato de andar buscándole el pelo al huevo o la verosimilitud con los centros penitenciarios de nuestro país.

En síntesis, no es ligera pero tampoco es un dramón: es una historia sensible que, sin ser solemne, repone la potencia de las corporalidades que despliega el teatro (ese famoso “poner el cuerpo” aquí y ahora) al lenguaje audiovisual.