El triunfo

Crítica de Mariano Casas Di Nardo. - La Prensa

Hay historias que merecen ser contadas por el cine. Como esta que sucedió en Suecia, donde un director logra montar con un grupo de convictos la obra de Samuel Beckett 'Esperando a Godot' para presentarla en un teatro por fuera de la penitenciaría. Hasta aquí la realidad sin spoilers.­

La versión del director Emmanuel Courcol, quien coescribió el guion junto a Thierry de Carbonnières, sucede en Francia, en la misma y versátil París, cuando un actor de poco nombre como Etienne Carboni (Kad Meran) se pone al frente de un desinteresado grupo de presos para realizar un taller de teatro donde recrear fábulas y así descontracturar la pesadez de la condena. Todos transitan la última etapa de su proceso, por lo que sus conductas no están en revisión.­

La magia de `El triunfo' alterna entre lo definitivo del título, lo cual supone un logro en el final, y la temperatura que va tomando cada escena cuando a estos actores las cosas no les resultan como pretenden. Todo pareciera volar por el aire cuando un `no' se antepone entre lo que desean y lo que realmente sucede. Si una sensación sobrevuela todo el filme es la tensión. Esa risa jocosa en el rostro cicatrizado de un hombre que juega a ser mono pero en su historial tiene algunos homicidios, es fuerte. Y de fondo, el calendario en una espera que se convierte, de manera lógica, en la de `Esperando a Godot'.­

­ACIERTOS­

'El triunfo' es un efecto dominó de aciertos. Que Courcol deposite todo el peso de la historia en un actor consagrado como Kad Merad ('Tres amigos', 'Bienvenidos al país de la locura') hace que el resto se mueva con libertad y licencias. Y sus dirigidos, estos reclusos devenidos en actores entusiastas, mutan de una fila de inocentes boy scouts, cuando salen a los teatros a presentar su obra, a emular los reflejos de los impredecibles personajes de `Trainspotting' o `La naranja mecánica', sobre todo cuando advierten que después del aplauso, la caída del telón y los regalos, vuelven la requisa y el encierro.­

Un filme emotivo, tenso, de poesía corrosiva y contradictoria. Una historia que parece narrada por los que perdieron, hasta que la directora de la cárcel nos sopapea cuando le responde al director: “Piense en las víctimas que están afuera viendo como sus verdugos actúan en un teatro fuera de estos muros”. Entonces la mueca de comedia dramática desaparece y nos preguntamos: ¿a quiénes estamos vitoreando?­

El final es inesperado. Porque el ojo cinematográfico, acostumbrado al cine de género y al círculo que cierra perfectamente, no lo espera, no lo quiere, no lo acepta. Y aunque todo esté libremente inspirado en un pasaje de la vida del director sueco Jan Jönson, la historia es la que es. Y no hay nada que se pueda modificar, por más que el séptimo arte así lo prefiera.­