El triángulo de la tristeza

Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

El título alude al entrecejo que según los modelos es lo que hay que rellenar rápidamente con botox si quieren seguir en carrera con sus rostros hegemónicos. El director sueco Rubén Östlund se caracteriza por su ironía brutal que ya mostró en sus films anteriores. En “La traición al instinto” mostraba a un padre huyendo del peligro sin preocuparse por su mujer y sus hijos, en “The Square” se volvía feroz con el mundo cultural moderno. Aquí se mete con la diferencias de clases, la obscenidad de los lujos extremos, una mirada despiadada e irritante sobre el capitalismo extremo, que le valio la palma de oro en el último festival de Cannes. Pero también es una película de trazo grueso reiterado, que se ensaña con las bajezas humanas y que, por momentos, provoca rechazos. Estructurada en tres partes estos relatos salvajes excesivos, primero se dedica a una pareja de modelos e influencers, muestra ese mundo y cuando tienen una discusión sobre el dinero muy interesante. Después ubica a esa pareja en un crucero hiper lujoso donde son invitados por la cantidad de seguidores que tienen, y muestra una galería de personajes desorbitados, poderosos, caprichosos, insoportables de riqueza absoluta. Y la tercera parte los pone en una isla después de un naufragio donde se invierten los papeles, porque los ricos no saben ni conseguir un poco de agua y el poder pasa a otras manos, la de los eternamente humillados. Una sátira con hallazgos, con momentos que sacuden y otros donde desbarranca.