El triángulo de la tristeza

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

El cine se rebela contra sus financistas: en las últimas temporadas cada vez más películas han decidido “escupir para arriba” y castigar a ese 1% privilegiado que controla el mundo con su riqueza, y que vive de manera tan fastuosa que es fácilmente satirizable. Además, claro, a nadie le gusta el privilegio, por lo que los ricos se han convertido en el blanco perfecto, incluso cuando, como ocurre en casos como “El Menú” o “Glass Onion”, son millonarios los que interpretan a estos millonarios villanos. Claro, son millonarios pero de buen corazón, de buenas intenciones.

En fin. Lo cierto es que esto que hoy es una pequeña tendencia en el cine, que ha relegado a sus malos terroristas afganos o rusos para concentrarse en los ricachones, el sueco Ruben Östlund ya lo viene practicando hace rato en su filmografía. Sus películas, sátiras ácidas al borde del grotesco, tienen todas el elemento en común de poner en escena la lucha de clases y el absoluto derroche de la clase dominante, y así es su último trabajo, “El triángulo de la tristeza”, que llega a los cines locales el jueves nominada al Oscar a mejor película.

En “El triángulo de la tristeza”, Östlund vuelve a lanzar un dardo envenenado a la sociedad capitalista y despiadada, esta vez con la diana en la estupidez de los ricos muy ricos y criticando abiertamente la tiranía de la belleza y la juventud y el uso del sexo como moneda de cambio.

Una de las dos cintas nominadas al Oscar a mejor película que queda por estrenarse en Argentina (la otra, “Ellas hablan”, llega el 2 de marzo), “El triangulo de la tristeza” “le da la vuelta a la tortilla de las estructuras del poder” y pone sobre la mesa una discusión que al cineasta le empezó a rondar cuando apareció el movimiento #MeToo”, dice el realizador sueco, autor de “Fuerza mayor” y “The Square”.

“La película fue escrita cuando explotó todo ese movimiento. Yo quería hablar de cómo la belleza y la sexualidad son moneda de cambio, una divisa que se utiliza en nuestra sociedad. Pensé que habíamos hablado mucho de la situación de las mujeres y los hombres poderosos y me di cuenta de que había mujeres que no eran conscientes de que se les estaba teniendo en cuenta solo por eso”, explica el director. “Lo siento, pero creo que aún no estamos libres de esto”.

“El triángulo de las tristeza”, dice, desordena todas las convenciones: “Cuando el personaje de Carl es utilizado por su belleza, y lo hace la señora encargada de la limpieza de los baños, Abigail, y cuando están en la isla, porque ella es la poderosa y la que abastece de alimentos al grupo, y está convencida de que merece tener alguna ventaja”.

“Quería mostrar esta estructura de poder, pero tampoco quería convertirle a él en una víctima, así que le di la vuelta a la tortilla. Lo que quería era que esa discusión estuviera encima de la mesa, y hablarlo con respeto y hasta con ‘piedad’: esas ventajas siguen ahí”, considera.

Así, Östlund empieza por reírse a mandíbula batiente del mundo de la moda con un casting para una campaña publicitaria: no tiene precio el comienzo de la cinta, pero solo es el principio de la sátira.

Uno de esos modelos, Carl (Harris Dickinson), y su novia influencer, Yaya (la sudafricana Charlbi Dean, fallecida al poco del estreno), se embarcan en un lujoso yate donde coinciden con un grupo de millonarios a los que sirve un ejército de servidores, también con su jerarquía.

 

“Quería hablar de cómo la belleza y la sexualidad son moneda de cambio, una divisa que se utiliza en nuestra sociedad”

Ruben Östlund,
director de “El triángulo de la tristeza”

Entre los pasajeros, una pareja de rusos estrambóticos y caprichosos que brindan algunos de los mejores momentos de la comedia, entre ellos una conversación entre el capitán -espectacular Woody Harrelson como marxista alcoholizado- y el multimillonario Dimitry (Zlatko Buric) y su combate dialéctico mientras se hunde el barco.

“Mi madre era una mujer de izquierdas en los años 60 y ahora se considera comunista y mi hermano mayor es un liberal de derechas y siempre que había una comida en casa acababa en una fuerte discusión política. Crecer así ha influido mucho en mi carácter, y en las cosas que cuento en mis películas”, explica Óstlund que reconoce que ese diálogo parte de esas discusiones familiares.

“Una de las partes más divertidas de hacer esta película ha sido recopilar todas esas frases que se utilizan en esa escena. Esto me hizo también pensar en Reagan, lo divertido que era y cómo utilizaba su sentido del humor para atacar al socialismo, era muy bueno en eso”, apunta.

Y reconoce que “lo mucho” que hablaba su madre de Marx y de la sociología -que es algo que le apasiona- le influyó “para pensar desde el punto de vista materialista, frente al individualista, que proviene de Marx. En los 80 -agrega-, la perspectiva que teníamos era siempre del Este y el Oeste como dos poderes en lucha, hacia un lado se tendía a lo liberal y al otro al socialismo, también está esto en mis cintas”.

UN CINEASTA PREMIADO

Östlund se dio a conocer ”Fuerza mayor” en 2014, también nominada al Oscar y que incluso tuvo su remake norteamericana, pero antes ya había estrenado “Play” (2011), una ácida crítica contra el bullying, y una buena colección de cortometrajes.

Con “The Square”, donde fulmina el mundo del arte contemporáneo, ganó la Palma de Oro en Cannes en 2017; repitió Palma en 2022 con “El triángulo de la tristeza”, con la que ha ganado tres nominaciones a los próximos Oscar.

Es una de las dos cintas nominadas al Oscar a mejor película que queda por estrenarse

 

Dividida en tres partes, la película va oscilando entre el humor más fácil y evidente a la finísima ironía de diálogos situados estratégicamente como balizas de señalización, hasta que cierra el círculo con un final apoteósico.

Algunas escenas, hay que avisar, podrán generar nauseas en el espectador. Hubo incluso reportes de gente dejando las salas, asqueada, aunque si hay un poco de marketing detrás de la polémica o si la nausea fue real... lo dejamos, desde el jueves, a su criterio.