El testamento

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Las capas de la verdad

La amalgama de un hecho relacionado con el Holocausto y la anécdota ficcional son los elementos que mejor resuelven un relato, que gira en torno a la importancia sobre la preservación de la memoria histórica y la búsqueda de la identidad, tanto en sus dimensiones individuales como colectivas. El Testamento, opus del director israelí Amichai Greenberg, se apoya desde la estructura narrativa en las coordenadas del thriller, cuyo conflicto de orden moral recae en el protagonista, un rabino ortodoxo, historiador, que pretende frenar un emprendimiento inmobiliario en un remoto pueblo de Austria, en cuyo territorio se cometió una masacre en la que asesinaron a 200 trabajadores judíos con destino a la cámara de gas durante el nazismo.

De ese nefasto hecho no han quedado pistas y tampoco la ubicación de la fosa común, donde se sospecha fueron arrojados cadáveres de hombres, mujeres y niños, en complicidad con los lugareños austriacos. Tampoco la existencia de testigos o documentos, algo que para el protagonista resulta vital encontrar sobre todo con los irrisorios plazos que debe cumplir antes que la corte de Austria decida si la construcción avanza o se frena.

La propuesta suma originalidad desde un planteo que desgrana esa búsqueda de la verdad frente a la inercia de la corriente negacionista que pone todo tipo de argumentos en pos del progreso y reniega de la importancia del pasado y sus heridas que aún no se cicatrizan. En ese sentido, los dilemas morales que atraviesan al protagonista le exigen un distanciamiento afectivo mientras que un hecho puntual lo ubica en el centro de ese dilema al enterarse que su madre no es quien dice ser.

La identidad al igual que la verdad se construye por capas, no hay una sola verdad, siempre pedazos de esta se sepultan en una maraña de secretos o mentiras, a pesar del irrefutable hecho histórico que necesita sí o sí el reconocimiento y la reparación cuando de crímenes de lesa humanidad se trata.

El Testamento entonces hace de la búsqueda su motor y de la perseverancia del protagonista en la soledad -a espaldas incluso de la propia institución judía que lo respalda y lo alienta pero que no quiere escarbar demasiado para no perder privilegios- su corazón. Por eso llega a los niveles de conmover sin esgrimir la carta del Holocausto o recurrir al dramatismo de la Shoa desde el testimonio de sobrevivientes.