El territorio del amor

Crítica de Mex Faliero - Funcinema

MELODRAMA EN FUGA

Como las enfermedades cuando ingresan en la vida de todos nosotros, en la película de Romain Cogitore una dolencia atraviesa y rompe con fuerza en un relato que, hasta entonces, contaba la experiencia sentimental de Maria y Olivier, una pareja de franceses que se conoce en Taiwán, que se construye sobre la base de evidentes diferencias de personalidad (ella es un torbellino, él es alguien más lento y mesurado) y que tiene a la palabra como eje principal: ambos trabajan de guías, ella está en el país asiático para escribir una novela y él habla 14 idiomas. Pero así como El territorio del amor es una historia de amor con sus particularidades, también lo es cuando la enfermedad toma protagonismo y la película no teme arrojarse a lo inverosímil.

El film de Cogitore es claro en su estructura. Primero tenemos el amor, luego tenemos la enfermedad y la etapa de acompañamiento, y finalmente las consecuencias de la enfermedad y el ineludible desenlace trágico. Aun así, incurriendo en estructuras clásicas y con elementos reconocibles para el consumidor de melodramas románticos, el director toma desvíos por instancias que no eluden ciertas imágenes surrealistas o poéticas, como una nevada que cae sobre los amantes cuando están en la ducha. En ocasiones estos podría sonar un tanto subrayado o innecesario, pero El territorio del amor asimila un registro propio donde todo puede pasar, donde se integra lo prosaico con lo sofisticado. Es una película que no elude la extrañeza, como se hace evidente en la forma en que retrata la leucemia que ataca a Olivier y su posterior recuperación.

Claro que en su afán por construir un melodrama convencional para luego desarmarlo ante los ojos del espectador, Cogitore comete el pecado de nunca terminar de construir un relato sólido o concentrado: de alguna forma cuesta encontrarle un sentido a todos los temas y tópicos que la película acumula a lo largo de su metraje. El territorio del amor se dispara por caminos insospechados, fascinando por momentos y generando hastío en otros. Hay algo auténticamente romántico en la historia de Maria y Olivier, pero también algo falso, artificial. No se puede negar que Cogitore construye un relato único, pero que también en ese afán pierde coherencia. Lo que tampoco se puede negar es que Déborah François y Paul Hamy están perfectos en sus roles, y que el magnetismo que generan en la pantalla es pate del sostén de este melodrama inclasificable.