El sueño de Walt

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

El creador de la factoría

Efectista y ombliguista, la película narra la historia de Walt Disney y la autora de Mary Poppins, y cómo llevaron a cabo la adaptación de este clásico a la pantalla grande.

Para los que fueron niños allá por la década del '60, Mary Poppins, dirigida por Robert Stevenson y protagonizada por Julie Andrews y Dick Van Dyke, fue una de esas películas obligadas que había que ver y que con el tiempo se convertirían en una pieza importante de los recuerdos cinematográficos de varias generaciones. Pues bien, antes de sumarse a la factoría Disney, Mary Poppins había nacido como personaje literario de la pluma de P.L. Travers, una australiana residente en Londres que durante casi 20 años se había negado a ceder los derechos para que se trasladara al cine, hasta que finalmente accedió a regañadientes, principalmente porque se hallaba en bancarrota. El film de John Lee Hancock –director de la exitosa Un sueño posible, guionista de la oscura Medianoche en el jardín del bien, de Clint Eastwood–, está centrado en el viaje que realiza la autora a Los Angeles para adaptar el libro y la tensa relación que establece con Walt, obsesionado por llevar a la pantalla grande un personaje que sabía que sería adorado por los chicos, mientras Travers estaba convencida que el pasaje de la literatura al cine de su creación más querida sería un desastre.
Estructurada a partir de la creación estereotipada que hace Emma Thompson de la escritora, un personaje hosco, rígido y difícil de conformar, la primera mitad el film dedica partes iguales para contar su infancia aparentemente idílica en Australia y por otra parte su estancia en Estados Unidos, dentro de una estructura y una ciudad que despreciaba. Pero ya avanzado el film, la historia se ocupa de dejar bien en claro que las cosas ocurren por algo y a través de numerosos flashbacks, vuelve una y otra vez a la niñez de la autora, para mostrar cómo su portentosa imaginación fue fogoneada por su padre, un bancario soñador, atormentado y alcohólico que desde la mirada de la niña, podría haber salvado. Y el cruce dramático del relato, forzado y remarcado innecesariamente, se produce con la triste historia de Walt, que finalmente se da cuenta que la señora todavía no pudo resolver la relación con su padre y la compara con su propio pasado y el recuerdo de don Elías Disney, un señor durísimo pero que sin embargo forjó su carácter emprendedor. Y así.
Hay que decir que la película tiene a favor que desde el mismo riñón de Disney se atreve a deslizar alguna crítica a la historia del imperio animado y su manera de coptar productos para hacerlos asimilables a su formato, toda una novedad para el estudio, pero definitivamente el film es un producto tan efectista como ombliguista.