El sorprendente Hombre Araña 2

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Más animado que nunca

El universo de la animación se apodera del cómic en esta saga de acción y melodrama.

“Un gran poder conlleva una gran responsabilidad” . Eso ya lo sabemos desde hace años: lo decía Peter Parker en El Hombre Araña 2.

“Las promesas que no se cumplen son las mejores” . Con esa frase terminaba Parker el reboot (reinicio) de la saga arácnida, la primera El sorprendente Hombre Araña.

En esas dos frases puede resumirse qué espíritu anida en una y otra saga. La nueva es más pop, y tiene un estilo visual mucho más de dibujo animado que la anterior. Las cosas que Peter Parker disfrazado de superhéroe eran imposible de ver en cine (o, al menos, resultar medianamente creíble) cuando Stan Lee y Steve Ditko crearon al personaje, por 1962.

Ahora parece que el universo de la animación se apodera del cómic, al menos en esta El sorprendente Homre Araña 2: La amenaza de Electro.

Tantas vueltas le vienen dando a Parker, el Duende verde y Gwen Stacy (que es otra novia de Parker, no confundir con Mary Jane de la primera saga) que ahora tenemos a los tres personajes jóvenes, de la misma generación, huérfanos. Peter, de padre y madre; Gwen, ya en el final de la primera, de padre; Harry Osman, de padre, apenas arranca esta película.

También, y por si un malvado solo no alcanza, aquí abundan. El principal es Electro, que como suele suceder con los malditos con que se enfrenta Parker/Hombre Araña, en el fondo no era malo, pero las circunstancias o las sustancias los vuelven más malos que pegarle a la madre, o a la tía May (Sally Field).

Antes de convertirse en Electro, Max Dillon era una mezcla de nerd ingeniero eléctrico que trabaja en la compañía Oscorp (la misma donde trabajaba el papá de Peter; la misma que comanda Harry; la misma donde está empleada Gwen; la misma donde a Peter lo mordió la arañita). Max diseñó unas redes eléctricas capaces de alimentar energéticamente a toda Nueva York, pero… La gran diferencia que el Hombre Araña tiene, por ejemplo, con Batman, que anda por la misma ciudad con distinto nombre, es que él adquirió superpoderes, más allá de lanzar telarañas. No tiene la plata de Bruce Wayne, pero se las ingenia. Entonces, lo que hace el Hombre Araña desafía a la física y también a la lógica. Pero tal vez, sólo tal vez, si en la película no lo hicieran tan adolescente y decir tantos chistes bobos cuando lleva el traje azul y rojo (como la bandera estadounidense, hasta Peter lo aclara en la película) parecería menos soso, altanero, agrandado. Ya bastante tiene con esquivar balas, golpes y volar entre los rascacielos.

Pero la película, cuyo público destinatario es esencialmente el de los adolescentes, a los adultos parece que los tienen algo alejados de la mira, es un melodrama. Y así la película salta de la acción a las situaciones pseudo románticas, con frases de manual tipo, textual, “Creo que es tiempo de terminar lo nuestro, no porque no te quiera sino precisamente porque te quiero”.

Y todo, llegado el momento, tiene su explicación (la desaparición de los padres de Peter incluida).

“Lo espontáneo es bueno”, dice Peter. Lástima que ni los guionistas ni el director lo escucharan.