El sorprendente Hombre Araña 2

Crítica de Javier Mattio - La Voz del Interior

El sorprendente Hombre Araña 2: La amenaza de Electro confirma el talento de Marc Webb como director de la nueva trilogía del superhéroe. El romance entre Peter Parker y Gwen Stacy y los villanos son lo mejor de esta segunda parte.

La soledad es el gran tema de El sorprendente Hombre Araña 2: La amenaza de Electro, una de las mejores películas de superhéroes de los últimos tiempos, lamentablemente forzada a encajar en el medio de una trilogía, esa fórmula hoy de moda que le quita autonomía a las partes sin que las tres justifiquen verdaderamente un todo.

Pero la primera pieza del relanzamiento de Marc Webb ya había sido buena, y en esta la promesa se vuelve confirmación a base de villanos de antología, un romance infalible entre Peter Parker y Gwen Stacy –con Andrew Garfield y Emma Stone luciendo más creíbles y encantadores que nunca–, y una avasallante acción visual equilibrada, dosificada entre los momentos tan trascendentes como cotidianos de la vida del joven Parker, el auténtico héroe de la película.

Como se sabe, la dualidad y el estigma son los dos rasgos de todo superhéroe, y en ese sentido El sorprendente Hombre Araña 2 va al hueso, rastreando la esencia de Parker en el legado misterioso que le deja su padre y ahondando en los problemas que le genera su arácnido alter ego, conflicto que llega al extremo en el trágico final. Dos aspectos que condenan a Parker a un aislamiento absoluto, condición que también comparten sus rivales Electro (Jamie Foxx) y Harry Osborn (Dane DeHaan), prueba de que del héroe al villano hay un solo paso (moral).

Max Dillon es un empleado de Oscorp ninguneado por la institución y fanático del Hombre Araña, que un día sufre un accidente en la planta genético-energética donde trabaja transformándose en Electro, una perfecta mezcla de zombie y fantasma con la capacidad de absorber la electricidad entera de Nueva York para usarla a su antojo. Réplica de los desheredados, los anónimos y los perdedores de la gran metrópolis, Electro es una víctima que logra su revancha al verse en las pantallas gigantes de Times Square, en la mejor escena de la película: al chupar la electricidad de ese emblema de consumo global, Nueva York pasa a ser una urbe en las sombras, y así Electro es también el conducto que despliega el filme entre modernidad y posmodernidad, la vieja ciencia y la genética, ciudad antigua y actual, humanidad y monstruosidad, cine analógico y CGI, música clásica y música electrónica, como si la dualidad superheroica se disparara hacia múltiples dimensiones.

Filme espectacularmente espectral (¿qué son los superhéroes de hoy sino espíritus gráficos reanimados?), El sorprendente Hombre Araña 2 triunfa al confiar en aquellos tópicos universales que en otras manos se percibirían trillados, trastabillando sólo en detalles: ya sea cámaras lentas innecesarias a lo telebean, situaciones resueltas de manera televisivamente apresurada o la caricatura corporativa un tanto esquemática de Oscorp.

Pero el mensaje es claro: la soledad autodestructiva que padecen Parker y sus enemigos parece ser la única energía vital frente a otra artificial, impostada, aquella que alimenta al mundo entero.