El sorprendente Hombre Araña 2

Crítica de Diego Batlle - La Nación

Más no es siempre mejor

Esta segunda entrega (de la segunda tanda) de la saga de El Hombre Araña intenta cubrir los múltiples flancos del hoy tan de moda subgénero de superhéroes y, en esa tentación por tenerlo todo, pierde cohesión y solidez; desperdicia así parte de sus logros (que no son pocos).

Tras la trilogía inicial de Sam Raimi con la dupla Tobey Maguire-Kirsten Dunst, el director Marc Webb retomó el personaje en estos dos films cuyo principal sostén sigue siendo la extraordinaria química romántica que se ha establecido entre el Peter Parker/Hombre Araña de Andrew Garfield y la Gwen Stacy de Emma Stone. Por eso, se entiende que buena parte de las más de dos horas del relato se dedique a los enredos amorosos de estos jóvenes que se aman, pero que no pueden estar juntos (ni separados).

Las contradicciones entre los deseos de un típico veinteañero como Peter Parker y las responsabilidades que conlleva ser un superhéroe al servicio de la comunidad neoyorquina como El Hombre Araña también están presentes en esta segunda parte del reboot y a eso hay que sumarle los traumas que acarrea desde la infancia tras la desaparición de sus padres (de hecho, el prólogo de este episodio reconstruye su muerte a bordo de un avión).

Tampoco faltan las escenas de acción (breves, eficaces, no demasiado espectaculares), los clásicos vuelos del protagonista por entre edificios y el tráfico que permiten aprovechar todas las posibilidades de los efectos 3D y, a tono con la tendencia de sumar a la trama muy diversos personajes, esta vez no hay uno, sino tres malvados: en la segunda secuencia aparece un mafioso ruso llamado Aleksei Sytsevich (Paul Giamatti), que luego se convertirá en Rhino; un patético empleado de OsCorp (Jamie Foxx), que sufrirá un accidente que lo transformará en el despiadado Electro del título, y el joven heredero que queda a cargo de la mencionada corporación (Dane DeHaan), al que veremos como otro personaje conocido por los fans de este cómic de Marvel: el Duende Verde.

El problema principal que enfrenta Marc Webb es la dificultad de encadenar tantos eslabones sueltos. La sensación, por momentos, es que su función parece ser la de alguien que intenta dosificar como puede demasiados elementos, esparcir drama, comedia (hay unos cuantos chistes logrados), romance, acción y propuestas de corte fantástico. La mezcla (como suele suceder cuando es arbitraria) tiene un efecto algo caótico en su acumulación, pero -volviendo a la analogía gastronómica- hay unos cuantos ingredientes y sabores que justifican el disfrute, aunque más no sea de forma parcial.

Tratándose de una película de Marvel, es bueno advertir que (al contrario de lo que ocurre con las sagas de Los Vengadores, Thor, Iron Man y Capitán América) aquí no hay escenas durante ni después de los créditos finales. Salvo que quieran leer durante varios minutos miles y miles de apellidos, pueden abandonar la sala sin culpa cuando Peter Parker ya no esté en pantalla.