El sonido de los tulipanes

Crítica de Ariel Abosch - El rincón del cinéfilo

Durante el tormentoso año 2001, que castigó a nuestro país, se sucedieron distintos hechos que desembocaron en la revuelta y posterior destitución del presidente en ejercicio. Dentro de ese descontrol institucional grupos de distintos ámbitos aprovecharon ese caldo de cultivo para desarrollar negocios ilícitos, sin contemplaciones. Como el que dirige Bertolini (Gerardo Romano), cara visible de una organización internacional, que pretende instalar en un asentamiento del conurbano bonaerense un lugar de desecho de basura tóxica.

En esta producción, creada y dirigida por Alberto Masliah, con su primera ficción, aborda un tema denso, enmarcada dentro del género policial. Donde, quién tiene la misión de descubrir y desarticular a la banda delictiva es un escritor mediocre que, para ganarse la vida, trabaja de cronista en un diario. Marcelo (Pablo Rago) es presionado desde varios sectores para que oculte o destape el "negocio". Porque la historia tiene varias aristas para atender, y el protagonista está presente en todas. Por un lado, es separado y tiene un hijo adolescente Ramiro (Iván Masliah), que no lo quiere. También hace un trabajo que no le gusta mucho. Y por el otro, el más importante y decisivo en esta película, es la presencia de su padre Tonio (Roberto Carnaghi), un importante e influyente intelectual de nuestro país, con quién está distanciado y forzosamente debe involucrarse en el medio artístico donde asistía y era respetado su progenitor.

Pero en extrañas circunstancias, dentro de su casa, es hallado muerto Tonio y el periodista tiene que reconvertirse por la fuerza, en un investigador.

Narrada con un gran ritmo, junto a sonidos incidentales que resaltan escenas importantes y, como ambientación de época, la utilización de teléfonos celulares chicos y básicos, además de las antiguas computadoras y monitores, tan característicos en ese entonces.

Las actuaciones son bien marcadas, lo mismo que las personalidades. Marcelo es el prototipo de perdedor, que lo único que recibe son reclamos familiares, no tiene un lugar donde dormir y la petaca es una buena compañía. Pese a todas las dificultades, es honesto y valiente. Su máximo adversario, Bertolini, es un malo bien malo, caracterizado por el eficaz Gerardo Romano, a quien siempre le quedan bien este tipo de personajes.

Al intentar acaparar varios frentes de batalla, desenfoca un poco el objetivo central de la historia. Pero, de todos modos, el director la lleva a buen puerto, para alcanzar el objetivo principal que tenía en mente desde un comienzo.