El sol también es una estrella

Crítica de Jessica Johanna - El Espectador Avezado

¿Puede el amor más grande de tu vida durar sólo una noche? Esa pregunta se hacía desde el póster de la película de Richard Linklater que se terminaría convirtiendo en trilogía, “Antes del amanecer”.
Esa pregunta sobrevuela gran parte de “El sol también es una estrella”, que narra la historia de ¿amor? entre dos adolescentes que se cruzan en un día muy particular. Ella es hija de inmigrantes y su familia está a punto de ser deportada, de hecho preparan todo para irse a Jamaica al día siguiente. Pero después de tantos años en la ciudad que nunca duerme, Nueva York, ella se niega a hacerlo y hasta último momento está dispuesta a seguir luchando entre la burocracia para poder quedarse.
Ese último día Natasha se choca con Daniel, que justo ese día no fue al colegio porque tiene una importante entrevista para entrar a la universidad a hacer la carrera para convertirse en doctor.
Si bien ambos provienen de familias de inmigrantes, poco más tendrán en común, aunque sí viven a la sombra de las decisiones que toman sus padres por ellos. A ella le apasiona la ciencia y por lo tanto no cree en el amor si no se puede probar empíricamente.
Él es un romántico, escribe poesía y cree en las señales que le da el destino. Ese día en particular, el destino los llena de señales. Así, “El sol también es una estrella” terminaría siendo algo como una versión adolescente entre “Antes del amanecer” y “Serendipity”. En esos tiempos muertos entre una entrevista que se demora y otra que se posterga, ellos se permiten jugar. Él le propone enamorarla en un solo día.
Ella, primero reacia, luego divertida y a lo último dejando lugar a su probable fracaso como jugadora, va cayendo en las redes de este muchacho olvidándose, sólo por un rato, de que por más que lo desee, al día siguiente todo se terminará porque no parecen haber opciones que la salven y la permitan quedarse.
La directora de esta película es Ry Russo-Young (la misma de “Si no despierto”) y el guión, de Tracy Oliver, es una adaptación del best seller de Nicola Yoon (que escribió la novela “Todo, todo”). Sin duda estamos antes personas que conocen el público al que la película apunta. Un género romántico endulzado y con personajes protagonistas que se muestren cool con sus gustos particulares y su forma de desenvolverse ante el mundo.
El problema es que, más allá de que la historia apunte bastante a eso, forzado y al mismo tiempo predecible. El único amor que logra transmitir es aquel a la ciudad de Nueva York, que termina pareciendo mucho más genuino que las múltiples deus ex machinas que se esfuerzan para juntar a los dos protagonistas. El film desborda un optimismo de manual y está cargado de frases hechas que podrían colgar en un local palermitaño.
Todo en “El sol también es una estrella” resulta impostado, superficial. Ni siquiera la interpretación del secundario al que interpreta John Leguizamo consigue imprimirle un poco de naturalidad.
Además introduce una temática que tiene mucho para profundizar y explorar, como lo es el tema de la inmigración, pero todo queda ahí, en esa superficie, sólo funcional para la historia de amor que se quiere contar, que por más que la disfracen de cósmica no tiene nada de especial porque ni siquiera logra que empaticemos con ellos.