El sobreviviente

Crítica de Jonathan Plaza - Función Agotada

El amor a la guerra

En El Sobreviviente (Lone Survivor) hay dos grupos claros de personajes. Unos están forjados en el dolor físico y de ese estado extremo de sufrimiento renacen como superhombres. Cuando éstos mueren, la cámara se detiene en los detalles de su carne desgarrada por las balas, su sangre se derrama en cámara lenta y el sol los ilumina bendiciéndolos mientras mueren, casi siempre erguidos. Tienen hermosas familias y planes a futuro. La cámara es benigna con ellos y en el detalle mórbido de su exhalación final los vuelve inmortales. El segundo grupo está constituido por hombres que, en cambio, parecen nacidos de la traición. Este conjunto siempre supera al menos 10 a 1 en número al primero y parece no tener pasado o futuro. La vida, siempre injusta, parece perdonarlos. La muerte, en cambio, es cruel con ellos.

En la mayor parte del metraje estos hombres son vistos a través de lentes de distancia (miras de rifles, binoculares y otros artefactos militares similares) y la forma en que el film elige para mostrarnos su muerte es desapareciendo de esas miras envueltos en el spray rojo que sale de sus cabezas. Un golpe sordo los hace desplomarse saliendo de cuadro. Una muerte limpia, tanto que parece deshonrosa al lado de las del primer grupo. En este caso y como es de esperar, el primer grupo es el de los SEALs estadounidenses y el segundo es el de los Talibanes. Sin embargo, el problema con la cinta no radica en un exceso de patriotismo por parte de Peter Berg, su director, sino en la manera en que glorifica la guerra como practica sacrificial necesaria para la consagración de los héroes.

En cada plano y diálogo se lee una idea de virtud, hombría o incluso areté que parece desbordar de los cuerpos de los soldados estadounidenses. Las charlas cotidianas giran en torno a personas o situaciones que están a miles de kilómetros del campo de batalla. Ese fuera de campo idílico que se trae, lejos de humanizar a los personajes, los vuelve estereotípicos. Ésa es precisamente la idea del director. El Sobreviviente está construida con héroes unidimensionales, de esos que actúan siguiendo un destino impuesto y siempre son fieles a lo que se espera de ellos sin cuestionarlo.

Una formalidad completamente efectista desde la cámara, el montaje y el sonido sirven como marco para que Peter Berg exponga su deificación de la guerra.

Sobre el final y luego de una apropiada edición con fotos de todos los soldados muertos en la operación “Red Wing”, se nos expone someramente el significado del código de honor Pastún. De esta manera el director se asegura de ampliar culturalmente su postura y de establecer en la antigüedad de dichas normas (2.000 años) un ideal casi nostálgico.

En su momento, películas como Taxi Driver y Apocalypse Now eran punto de partida para un cine impulsado por jóvenes que estaban inconformes con lo sucedido en Vietnam. Esas posturas todavía no encontraron un lugar de relevancia en el actual cine de Hollywood. El Sobreviviente pertenece, en cambio, al grupo de títulos que conmemoran las historias de jóvenes que murieron haciendo lo que creían correcto y funcionando, al mismo tiempo, como carnada para que otro grupo de muchachos vaya a combatir buscando esa promesa de posteridad y permitiendo de esta manera que la rueda siga girando.