El silencio del cazador

Crítica de Marcelo Stiletano - La Nación

Los mejores momentos de El silencio del cazador transcurren en el interior del monte misionero. Una escenografía natural poderosa, densa, intrincada, capaz de atrapar en el más profundo sentido del término a los dos personajes protagónicos, un estricto guardaparque (Pablo Echarri) y el hijo de uno de los colonos terratenientes (Alberto Ammann). Con rencores acumulados desde la infancia y enfrentados además por el deseo hacia la misma mujer, ambos parecen esperar que el destino acelere todavía más las tensiones que los enfrentan hasta el estallido que esperan desde hace mucho tiempo.

El conflicto crece bajo otras reglas: la deforestación del monte, el abandono de las comunidades aborígenes, las desigualdades sociales, la búsqueda esquiva de un destino dentro o fuera del terruño. Son apuntes bien dosificados por el director Desalvo, que consigue con largas secuencias cámara en mano, la excelente fotografía de Nicolás Trovato y un elenco de altísimo compromiso un retrato preciso de ese antagonismo irreductible.

Menos atractiva resulta la descripción del costado de esa lucha ligado al aspecto afectivo, excusa para el desarrollo de algunas de las escenas más previsibles. La presencia amenazante de un misterioso y elusivo animal le aporta otro elemento de interés a una historia cuyos protagonistas terminan comportándose como verdaderas fieras.