El silencio del cazador

Crítica de Gabriela Mársico - CineramaPlus+

Dirigida por Martín Desalvo (El día trajo la oscuridad) y con guion de Francisco Kosterlitz, el filme tiene elementos de thriller y de western por partes iguales, y se desarrollará casi en su totalidad dentro de un parque nacional ubicado en la selva misionera. Un relato en donde la lucha de clases es atravesada por una historia de amor, y donde las fuerzas de la naturaleza son las que finalmente se impondrán por encima de la voluntad del hombre de expoliarla y domeñarla…

Guzmán (Pablo Echarri) trabaja como guardabosques en un parque nacional en la provincia de Misiones. Su trabajo consiste en la protección de la fauna a través de la detección y captura de los cazadores furtivos dentro del parque. Su antagonista, el polaco Venneck, (Alberto Ammann) es descendiente de los primeros colonos que poblaron el lugar, por ende, un terrateniente rico, dueño de una gran extensión de tierras, además de cazador reincidente, pero impune ya que la caza dentro del parque está prohibida. El terrateniente Venneck es demasiado respetado o temido como para que las autoridades, en este caso, Guzmán, tomen medidas contra su proceder ilegal, y lo denuncien por sus reiteradas infracciones, ya que además cuenta con la complicidad de algunos de los lugareños que lo acompañan en sus aventuras. Es un cazador compulsivo que no puede dejar de cazar ejemplares que están bajo el cuidado y la protección de Guzmán.

Si bien el relato parte de la conocida fórmula del triángulo amoroso, Guzmán y el polaco Venneck eran amigos en el pasado, hasta que el amor que sienten por Sara, (Mora Recalde) médica rural, casada con Guzmán, pero antigua novia del polaco, los convertirá en enemigos, el triángulo es apenas una excusa que esconde el verdadero enfrentamiento de los dos personajes, y que se encuentra enraizado en las generaciones explotadas que representa Guzmán, su padre era un capataz paraguayo que trabajaba de sol a sol por dos pesos en las tierras de los Venneck, como le dice Guzmán a su mujer Sara, en un rapto de furia, dejando por sentado el sometimiento sufrido por sus ancestros bajo el poder ejercido sobre las vidas de los oprimidos por los dueños de la tierra.

La naturaleza, condensada en un frondoso parque y en la presencia siempre acechante pero nunca manifiesta de un yaguareté que hace estragos con el ganado de los lugareños, conforma el espacio en donde nos iremos adentrando sigilosamente, como lo hace Guzmán a diario junto a su ayudante, en esa espesura asfixiante en donde a cada paso se encuentra la amenaza y el peligro de ser atacado por la bestia, es decir, el yaguareté que está siempre al acecho.

Las fuerzas que empujan y llevan a los protagonistas al enfrentamiento final, un duelo agobiante, sin pausa y sin tregua, se remontan a la época en la que los colonos blancos se apoderaban de las tierras de los indígenas, dando comienzo a una cadena de usurpación y apropiación de tierras junto a la explotación cada vez más brutal de los usurpados. No es casual que Guzmán se haya convertido en guardabosques y se dedique con obsesión a preservar la fauna y la flora del lugar, mientras que su antagonista, el polaco, se le oponga dedicándose a depredar tanto recursos como a personas.

Para los ricos terratenientes todo es un recurso, tanto si se trata de la naturaleza, a través de la deforestación de los bosques, o el usufructo a través de la explotación de las tierras tanto así como la explotación de las personas a su servicio que pasan a ser “carne de uso”. Baste como ejemplo mencionar a la criada que trabaja en la casa del polaco, cuando Venneck le paga un poco más de lo que le corresponde para que se compre un vestidito; o el niño, al que apodan Sordo, especie de ladero de Venneck, que además de ser explotado en la tarefa, y por eso mismo tiene problemas de salud, es corrompido por las malas costumbres en las que el mismo Venneck lo introduce, tomar alcohol y manejar armas para cazar.

Esta matriz de explotación y sometimiento naturalizada durante generaciones y generaciones, de relaciones paternalistas y asimétricas, en la que el explotado debe someterse a la ley del opresor, es el verdadero caldo del cultivo que irá tornándose cada vez más espeso hasta llegar al punto de máximo hervor. La naturaleza, que ampara y cobija como si se tratara de una madre vegetal, responderá con la misma falta de piedad con la que fue tratada y será en definitiva quien tenga la última palabra…