El señor de los dinosaurios

Crítica de Paraná Sendrós - Ámbito Financiero

En un lugar preferencial de su oficina, el maestro García Ferré tenía una admirable talla en madera de su personaje Calculín. Y explicaba: "Me la regaló un preso, que se habrá mandado una macana pero se ve que es un buen muchacho". Algo similar podría decirse del ex presidiario al que ahora, en su tierra, llaman "el señor de los dinosaurios".

El nombre está bien puesto. El hizo los enormes dinosaurios que sorprenden al viajero en la intersección de las rutas 35 y 102, allá en el Parque de la Prehistoria de Eduardo Castex. E hizo también los monumentos (a criollos famosos, héroes de Malvinas, inmigrantes, etc.) más destacados de diversas localidades pampeanas. Y el Cristo de madera de la capilla castrense de San Cayetano. Ese Cristo tiene su historia. Lo talló en un árbol mientras se ocultaba de la policía tras una serie de robos. Porque antes de ser artista era un empleadito de taller mecánico tentado por el "ejemplo" de alguien que ganaba más plata robando al prójimo. Así creció, entre robos y prisiones. Pero la patrulla que lo detuvo en el monte empezó a tratarlo de otro modo cuando alguien descubrió el Cristo. Ese no era un chorro cualquiera. El cura que rescató la talla, el intendente que más tarde le encargó los dinosaurios, fueron manos tendidas que no siempre se encuentran. Precisamente, esta película habla de la difícil reinserción en la sociedad, del arte y la artesanía como formas de respirar, y del talento que muchas veces se pierde, se ignora, o por suerte se descubre y se estimula. Cacho Fortunsky, se llama el hombre que hoy es un ejemplo para todos. Luciano Zito, el documentalista que lo descubre ante nuestros ojos.