El seductor

Crítica de Beatriz Molinari - La Voz del Interior

Sofia Coppola retrata los efectos de la violencia doméstica, con la Guerra de Secesión como telón de fondo.

El nombre de Sofia Coppola asociado a un relato clásico, protagonizado por mujeres, despierta interés. Con mano firme y delicada, la directora logra en El seductor una película de época, en el escenario desgarrador de la Guerra de Secesión en Estados Unidos (Virginia, 1864), y los efectos de la violencia estructural en el ámbito doméstico.

Una niña busca hongos en el bosque. Ha llovido y el agua se cuela entre las hojas y la luz tenue. Rompe el hechizo, un hombre, un soldado herido (Colin Farrell).

El seductor es una película que construye el clima de la casa de Miss Martha (Nicole Kidman) donde viven asiladas mujeres sureñas de distintas edades, temerosas por el avance de los yanquis. A tres años de iniciada la guerra civil, el soldado del bando enemigo entra en la casa gracias a la caridad cristiana de Martha que le salva la vida. Las niñas observan al hombre mientras las adultas coquetean con él. Entre el pudor y el deseo explícito, ellas buscan al hombre que ha llegado para revolucionar la casa.

Edwina, Kirsten Dunst, avanza ante la mirada rebelde de Alicia, Elle Fanning. Cada una reclama la atención que cree merecer.
La película plantea la seducción con picardía y un humor encantador, hasta que las relaciones cambian de tono y se desata la tragedia.

Con detenimiento, Coppola regala imágenes bellísimas en torno a la casa donde se naturaliza la crueldad. El contraste domina la evolución de un conflicto que toca a Martha y Edwina de diferente manera. Mientras se escuchan las detonaciones del frente, en ese paraíso de arboleda centenaria y rosales las mujeres conviven con un hombre, John, el rostro humano del enemigo colectivo.

El seductor es una película pequeña, de estados de conciencia. Farrell, Kidman y Dunst componen sus personajes con la represión interior que exige el contexto. La fotografía, la música y la casa señorial manifiestan el drama del grupo que sobrevive en medio de una desgracia que se prolonga en el tiempo. Coppola arma una estampa con las distintas luces del día y reserva las pasiones no dichas a la noche, con penumbras, velas y rezos en la rutina de las mujeres protegidas por Martha. Atrapadas en las condiciones que les impone la sociedad, ellas ejercen el poder desde un lugar que las enfrenta a sus propios monstruos. Actuarán con una particular manera de licuar las culpas, de nombrar el odio y mantenerse intactas dentro de la casa.