El secreto de Julia

Crítica de Rodrigo Seijas - Fancinema

CUANDO PREVALECE EL SENSACIONALISMO

El tema del abuso infantil e intrafamiliar es cuando menos delicado, con múltiples aristas desafiantes y que requiere de un abordaje donde deben prevalecer lo respetuoso, la sutileza y la delicadeza. De ahí que El secreto de Julia termine decepcionando, porque si bien había elementos que permitían que los requisitos se cumplieran, lo que se impone en su estructura es el descuido y la remarcación en pos de la bajada de línea.

La película de Ernesto Aguilar se centra en Julia (Natalia D’Alena), una joven que retorna a la casa de su infancia, ubicada en las afueras de un pueblo del Interior. Esa vuelta es cuando menos problemática para ella, ya que allí sufrió de niña el abuso sexual de parte de su padre, que acaba de fallecer. Como su intención es venderla, se instala provisoriamente allí junto a su novia Ana (Daryna Butryk), pero esa estadía se va complicando cada vez más, y no solo por los recuerdos que la aquejan. La irrupción de José (Santiago Schefer), un vecino ex policía que parece inicialmente tener una relación idílica con su hija adolescente (Luciana Grasso), a tal punto que la usa como modelo para pintar unos cuadros cuando menos inquietantes, terminan de desestabilizar a Julia, que va viendo cómo ese pasado que había dejado atrás se hace de vuelta presente.

Si los primeros minutos insinúan cierto potencial para el thriller, a partir de cómo Aguilar trabaja con indicios puntuales desde la puesta en escena y la gestualidad contenida en las actuaciones, a medida que avanza la trama y se van sucediendo señales más claras, el film va perdiendo capacidad para mantener la inquietud desde la creación de atmósferas. Ya entrada la película en su segunda mitad, todo se va haciendo explícito en las imágenes y explicado desde las palabras, anulando no solo toda chance de suspenso, sino también –un tanto paradójicamente- de empatía por lo que sucede: cuanto más hablan los protagonistas (especialmente Julia y el antagonista que es José) y declaran lo que quieren o les pasa, menos creíbles son.

Los últimos minutos de El secreto de Julia implican directamente una zambullida en el sensacionalismo, con los giros de la narración puestos en función de una discursividad que nunca sale de los lugares comunes de la indignación o el señalamiento facilista. Lo peor es que los cuerpos son arrastrados por esta voluntad de decir cosas en voz alta para quedar bien pero sin respetar las implicancias de lo que se está contando. La escena final es una demostración plena de eso: lo que importa para el film es decir determinadas cosas políticamente correctas, no la historia o sus personajes.