El sacrificio del ciervo sagrado

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Qué lindo que la familia se quiera
Es un cine disruptivo, que puede gustar o no, pero que no deja cómodo a nadie.

Hay un cine anquilosado, y otro que es disruptivo. Hay quienes aman a uno y odian al otro, y hasta hay quienes podemos sobrevivir sin sobrevalorar a ninguno de los dos.

Así como Gaspar Noé o Lars Von Trier separan las aguas, el griego Yorgos Lanthimos lo vine haciendo desde Canino, que ganó Un certain regard en Cannes 2009. Las sociedades distópicas, pero más que nada las relaciones sociales, sean o no familiares (Canino) o de pareja (Langosta) están en su mira, sea con diálogos que demuestran la banalidad de los conflictos o sentimientos genuinos, y a veces encontrados.

Lo retorcido no tiene por qué ser siniestro. Pero bueno, con Lanthimos sí lo es.

El sacrificio del ciervo sagrado, que ganó el premio al mejor guión en Cannes 2017, tiene a una familia supuestamente cono todo sobre rieles. El es cirujano, y un buen (o mal) día recibe la visita de un joven. Resulta ser el hijo de un paciente que no sobrevivió en el quirófano de Colin Farrell.

A partir de allí, El sacrificio… se parecerá más a una tragedia griega -sí retorcida- que a un thriller psicológico –también retorcido-, que lo es.

Formalmente Lanthimos es un preciosista en la lección de encuadres, desplazamientos de cámara, sea o no con travellings o plano secuencias. La construcción del universo sonoro también le interesa. Se lo ha llegado a comparar con Stanley Kubrick, pero tamaño sacrilegio sólo puede entenderse si se basa en que la protagonista femenina es Nicole Kidman, que lo fue en Ojos bien cerrados, y allí la relación de pareja tiene algunos puntos en común con la que Kidman tiene con el personaje más central, de Colin Farrell.

A algunos les molestará el desarrollo, y sobre manera el desenlace. A otros, amén de lo anterior, la forma en que Anna excita a su marido. Hay un deseo de venganza casi tribal, como si fuera natural lo que se argumenta y todo estuviera permitido.

Si en Canino los padres de una familia no permitían a sus hijos el acceso al mundo exterior, y en Langosta los personajes que no lograban pareja se convertían en animales, aquí Lanthimos refuerza la imaginación, tal vez no el ingenio, y exagera o agranda todo.

Es un cine para no quedar indolentes, y sí, incómodos.