El sacrificio del ciervo sagrado

Crítica de Alejandro Lingenti - La Nación

El sacrificio del ciervo sagrado: estilizado relato sobre la culpa

Con 44 años y una carrera que combina trabajos en cine y teatro, el griego Yorgos Lanthimos ya logró ganarse la fama internacional de artista singular, enigmático y controvertido. Colaboraron para que forjase esa identidad sus buenas performances en Cannes: en 2009 fue premiado en la sección A Certain Regard por Canino; en 2015 ganó el Premio del Jurado con The Lobster y el año pasado, el jurado del célebre festival francés lo mimó con el premio para el guión de El sacrificio del ciervo sagrado, un film inquietante y motorizado por una libertad creativa inusual en la mayor parte del cine contemporáneo.

Está claro que, más que aquello que cuenta, a Lanthimos le interesa cómo lo cuenta. Es un cineasta perspicaz y estilizado, capaz de construir una fábula siniestra a partir de una extraña relación nacida del sentimiento de culpa y cargada tanto de piedad y fascinación como de neurosis y violencia: la que une al exitoso cirujano interpretado con gran aplomo por Colin Farrell y el traumado jovencito con el que descuella el irlandés Barry Keoghan.