El rostro

Crítica de Roger Koza - La Voz del Interior

La materia encantada

Friedrich Nietzsche decía que "la vida no es un argumento". Pues bien, el cine tampoco, aunque la mayoría de las películas que vemos son ilustraciones en movimiento de argumentos. Quienes busquen un argumento en El rostro apenas hallarán un esbozo: un hombre llega en bote a un paraje virgen del Litoral. Puede ser Entre Ríos, acaso Santa Fe; el ecosistema es reconocible, y lo es también para el protagonista.

En un principio, lo que vemos parece coincidir con lo que él ve. ¿Es un plano subjetivo? En pocos minutos ese punto de vista se pondrá en duda, y toda la naturaleza se adueñará del filme. Que la mirada se extrañe frente a la materia en movimiento, he aquí síntesis de la poética de Gustavo Fontán.

El título del filme podría remitir en el imaginario pueril a la noción de selfie. En las antípodas del narcisismo baladí de la instantánea, a Fontán le interesa la fotogenia, ese particular fenómeno que se establece entre los cuerpos y los entes frente a una cámara. Los rostros, las miradas, llegarán casi al final del filme: rostros de niños, algunos hombres y una mujer que mira directamente a cámara como si se despidiera o diera una amable bienvenida. ¿Son espectros? Tal vez El rostro pueda ser descifrado como un encuentro entre vivos y muertos en un relato fantasmal y onírico.

La genialidad del filme no pasa solamente por el poder hipnótico de sus imágenes, sino también por el sonido, que reenvía el presunto tiempo presente hacia una fuga temporal en donde todos los tiempos se yuxtaponen. La materia sonora del filme es un verdadero prodigio, y es por eso que en El rostro a los oídos les crecen ojos.

En un tiempo como el nuestro, en el que la grosería y el desprecio rompen récords, la obra de Fontán, y este filme en particular, constituyen un acto de desobediencia frente al embrutecimiento general.