El rostro

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

La otra orilla

Si en La orilla que se abisma el espectro del poeta Juan L. Ortíz era un navegante lúcido y en La Casa la ausencia se exiliaba de las ruinas antes del derrumbe del olvido es en El rostro donde confluyen los ríos de la memoria; donde las historias nacen y mueren en cada remada cuando la estela de un río tranquilo remueve aquello que queda y que no tiene rostro pero sí presencia como la muerte, como el tiempo, como el pasado que se transforma en un archivo minúsculo de Súper 8 –también en formatos de 16mm y video- y lucha con la fugacidad en un ralentí encarnizado y único que se pierde con el viento en la naturaleza más viva o en el susurro del presente al evocar sus pasados.

Es ese río de Gustavo Fontán el continente donde se mezcla el documental con la ficción para yuxtaponer los dispositivos cinematográficos y desnudar el alma de la imagen al despojarse de esa esterilidad del esteticismo prefabricado o la falsa impostura de la belleza artificial y carente de sentido.

El otro protagonista es un hombre en el medio del río a bordo de un bote y a la deriva, como el cine que descubre en cada plano una historia pero no la cuenta por respeto a la vida y a la esencia de las pequeñas cosas, aquellas sin rostro que se sienten aunque no se vean.

Tal vez desde los términos cinematográficos esta sea la obra más completa del director, fiel a su poética y coherencia artística como pocos pero con la sensación que al indagar en ese río donde confluyen presente con pasado uno forma parte de un viaje que invita a disfrutar desde los sentidos y entregarse a esa deriva sin reparos y con la convicción que del otro lado siempre habrá una orilla.