El rostro

Crítica de Javier Luzi - CineramaPlus+

Gustavo Fontán decidió hace ya mucho tiempo volver imágenes a lo que podemos considerar ciertas cuestiones filosóficas. Y eso conlleva un riesgo que cada vez se torna más explícito y construye películas que requieren una profunda atención y participación del espectador. Forma y contenido se conjugan cada vez más íntegra(l)mente como un cuerpo pero que excede la organicidad y suma otros aspectos.

El protagonista llega con su bote a una isla del Paraná y allí se le aparecerán personas con quienes (re)vivirá situaciones. El rostro es un regreso a un tiempo que ya fue, a reencontrarse con quiénes ya no están, en un espacio que los sobrevivió pero que tampoco es el mismo. Ese río que corre sirve para desambiguar cualquier atisbo de mismidad.

Fontán trabaja nuevamente las texturas de la imagen (en blanco y negro) montando distintos formatos (Super 8 y 16mm y video) en capas de memorias que vienen y van en un oleaje que nunca se detiene. En el mismo inicio una bruma pinta el paisaje de nuestro protagonista aportando una posible explicación ensoñadora de la evocación que transitaremos a posteriori. Pero si de algo se desentiende el filme es de brindar explicaciones. La visualización y la banda sonora parecen separarse obligada e intencionalmente para aportarnos imágenes que no sólo rozan lo poético, sino que provocan sensaciones y pensamientos. Claramente hay una ilación entre La orilla que se abisma y El rostro. Una continuidad superadora.

El director no busca hacer ni un documental antropológico ni uno sociológico. Por eso no vemos más que particiones de lo que se planta frente a la cámara. Pero no es la simple exhibición de la desintegración del hombre posmoderno, es más bien la demostración de la inutilidad de la (re)presentación totalizadora para “contar” el recuerdo.

¿Qué rostro es ese rostro que da título al filme? Es imposible no leer allí la puesta en escena de la rostridad como una potencialidad, una virtualidad que se desmarca del primer plano y se extiende más allá de aquello que significa comúnmente el rostro, como propuso Deleuze. Una afección que provoca el afecto y posibilita una manera de mostrar aquello que ya no está.

Por Javier Luzi
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