El rostro

Crítica de Gustavo Castagna - Tiempo Argentino

Los habitantes del río

La constancia de Gustavo Fontán por un cine abstracto, donde la fusión entre los personajes y el paisaje actúen como detonante dramático, alcanza su máxima expresión en El rostro, una nueva exploración por el río Paraná que el director ya visitara en La orilla que se abisma y su invocación al escritor Juan L. Ortiz.

La constancia de Gustavo Fontán por un cine abstracto, donde la fusión entre los personajes y el paisaje actúen como detonante dramático, alcanza su máxima expresión en El rostro, una nueva exploración por el río Paraná que el director ya visitara en La orilla que se abisma y su invocación al escritor Juan L. Ortiz.

La hora y poco más del nuevo opus de un realizador único y personal está trabajada en diferentes soportes –Súper 8 mm, 16 mm. y video– acondicionados a los propósitos de su principal responsable y de su equipo técnico.
El río adquiere protagonismo, como también esas figuras borrosas, recortadas en un paisaje entre tinieblas, que el espectador deberá discernir en medio de sonidos ambientales que de a poco construyen una poética de la imagen sin equivalencias en el cine argentino de los últimos años. El rostro puede ser el de uno de los pescadores o el del río o el de la misma selva, desentrañados por la cámara estilográfica de Fontán, como si se tratara un pintor con su pincel o un escritor con su lapicera.
El pasado y el presente vuelven a fundirse en las imágenes, tal como se presentaba en la extraordinaria trilogía del director (El árbol; Elegía de abril; La casa) donde el vacío era ocupado por los recuerdos y por una puesta fantasmal. Tan fantasmales como las imágenes de ese río interminable, hechizado por un extraordinario uso del sonido, que obliga a ver la película en una sala acorde para disfrutar de la excelencia técnica.
Cuando finaliza El rostro, la sensación es extraña y placentera: el río y la selva, metáforas en ambos casos, se convierten en algo infinito, deseando que también la película continúe sin interrupción alguna.