El robo del siglo

Crítica de Santiago García - Leer Cine

El robo del siglo del título refiere a un famoso robo a un banco ocurrido el 13 de enero del año 2006. Uno de esos hechos policiales que adquieren una fama gigantesca, generando crónicas y más crónicas, libros varios, documentales y ahora una enorme película con estrellas de cine y una gran producción. A pesar de ser famoso esta nota no contará la trama ni tampoco anticipará nada de lo que allí ocurre, porque a pesar de la fama catorce años son suficientes para que la mayoría de los espectadores no recuerde bien o incluso no sepa lo que allí ocurrió. Si le sumamos las licencias poéticas que por suerte para el cine la película se toma, entonces es mejor no contar nada de esta banda de delincuentes y su famoso robo.

Al cine argentino le cuesta mucho el cine de género. Parece que fuera una mala palabra incluso. Estamos en el 2020 y el cine de género ya no es lo que era hace setenta años, claramente. Se puede o no usar una fórmula, se la puede modificar y jugar con ella. Si los espectadores quieren jugar el juego y el film consigue aprovecharlo, el resultado suele ser un éxito de taquilla. Desde la insuperable Nueves reinas para acá, las tramas policiales han tenido un resurgimiento en el cine local. Pero desde hace unos años el policial basado en historias reales ha sido directamente un pasaporte al éxito. El clan y El Ángel son dos ejemplos definitivos sobre las posibilidades que da la crónica diaria a la hora de que los espectadores elijan una película.

El robo del siglo se diferencia de los dos films mencionados arriba porque no posee ni al violencia ni la monstruosidad de tuvieron los personajes de aquellas historias. Acá estamos frente a una película de robo, lo que se llama heist film o caper film. Las películas de robo no solo incluyen el delito sino la planificación del mismo y la vida privada de sus protagonistas. El policía muchas veces ocupa un lugar menor, el centro son los ladrones. Es un género que si bien puede tener violencia y asesinatos, también suele dar pie a films más ligeros, incluso comedias, donde uno de los objetivos de los ladrones es robar a alguien que tiene mucho dinero –una empresa, un casino, un político- y en muchos casos dinero mal habido. Las reglas no son tan estrictas y no todos los films hacen aclaraciones morales. A veces simplemente son comedias y punto. Lo que importa es que el plan se establece desde el comienzo y frente a los ojos del espectador. El robo del siglo es un ejemplo perfecto de heist film. No hay sorpresas, conocemos el plan, conocemos la vida privada de los protagonistas y el punto de vista nunca lo tienen los policías. La película es una comedia y aunque hay drama, la comedia se impone sin vueltas.

La película de Ariel Winograd tiene una virtud por encima de cualquier otra: Es muy divertida. En el cine argentino eso no es moneda frecuente pero acá es el elemento que hace toda la diferencia. Desde el comienzo la película muestra ritmo, habilidad narrativa, ganas de contar. No parece una película que apenas puede con su historia, al contrario. Es verdad que se abraza al talento de Guillermo Francella, que desde hace un tiempo domina su juego actoral sin fisuras. Él tiene gran parte de la responsabilidad de la diversión. Hace que las escenas fluyan (sin quitarle mérito al director ni al resto del equipo, claro) y consigue un tono de humor sin exageraciones ni estridencias. Él es el corazón de la película.

La ambición de Winograd -y el guión de la película- incluye el contar la vida privada de los protagonistas, lo que no está tan bien logrado pero imagino que sumarle minutos a eso le hubiera restado al ritmo total. El personaje del psicólogo directamente no funciona y escuchar frases famosas en boca del personaje de Peretti –las haya dicho o no el verdadero ladrón- genera los pocos momentos fallidos de la película. Pero es importante pensar que lo que tal vez buscó fue mostrar a un personaje que no ve al robo como el resto de sus colegas. La otra cosa que no siempre funciona es la elección de las canciones. Algunas entran de forma brillante y otras exactamente lo contrario. Como sea, se trata en todos los casos de apostar a más y no a menos. No le faltan ganas de poner cosas a la película, esa euforia también se nota. Algunos lujos de fotografía y puesta en escena también quedan muy bien, así como varias sutilezas del director armando simetrías en la historia y rememorando algunos clásicos sin exagerar. El videoclub es la excepción, pero más que una cita es una locación, no la juzgamos.

El problema final tiene que es difícil pasar por alto es su conexión con la realidad. Los delincuentes son delincuentes y en Argentina ese es un tema sensible por razones obvias. Las víctimas existieron, más allá de lo espectacular del robo. El famoso mensaje que dejaron los delincuentes hoy es una leyenda dentro de la crónica policial argentina: “Sin armas ni rencores, en barrio de ricachones, es solo plata y no amores”. Lejos de producirme simpatía o identificación, a mí me parece tan desagradable como todo el espíritu canchero y sobrador que habita en el corazón de este país corrupto. El momento en el que aparece el cartel toda la simpatía que había producido la película desaparece. Pero sí, el cine es cine y las películas sobre robos también son un género. No es trata, aunque cueste por su relación con un hecho real, de entender el cine de género como una posición literal frente al mundo. Si en su momento nos conmovieron los films de gángsters o a lo largo de la historia disfrutamos de muchas películas de robos, este film no debería ser la excepción, al menos en ese aspecto. Para evitar ambigüedad en lo moral la película busca resaltar –no me importa acá cuanto inventa y cuanto no- el deseo de los ladrones de no lastimar a nadie, la figura del negociador como una persona profesional y honesta que salva vidas y el hecho de que nadie salió perjudicado de forma definitiva por el robo al banco, salvo el banco en sí mismo. No sé si en otros países las aclaraciones son necesarias, pero acá creo que sí lo son. Y que la película se tome el trabajo de hacerlas es bajarle el tono a la posible defensa del hecho real. No creo que la película lo hago, yo creo que su fascinación es por el cine, no por los ladrones. Los títulos del final intentan aligerar y enfatizar el tono de comedia. El robo del siglo es, por encima de cualquier otra cosa, una película entretenida. Busca divertir de forma ligera y lo consigue. Una historia de la vida real que se parece a un film de género, un film de género que aprovecha eso para hacer una comedia policial.