El robo del siglo

Crítica de Rodolfo Weisskirch - Visión del cine

Ariel Winograd estrena El robo del siglo, una nueva exhibición de cómo hacer cine de autor dentro de la industria nacional. Francella y Peretti conforman una dupla con muy buena química, en la historia de la reconstrucción del asalto al Banco Río de Acassuso, en enero de 2006.
No es fácil hacer comedia. Y menos, comedia con pretensiones comerciales. Hay que saber esquivar las trampas del género; la más difícil, el clímax. Dice el manual de la comedia que en todos los clímax debe haber un giro narrativo dramático, en el que el o los protagonista/s, aprendan la lección y cambien su perspectiva de la vida, así la película puede arribar a un desenlace condescendiente y concreto.

La mayoría de los guionistas y directores apelan a golpes bajos, escenas sentimentales, lacrimógenas, manipuladoras y efectistas. Son pocos -y a esos se los solía llamar maestros, como Blake Edwards, Billy Wilder, Howard Hawks, Ernst Lubitsch, entre otros- los que lograban evitar ese golpe de forma inteligente, humana y sensible, pero sin perder el estribo humorístico en el final.

Ariel Winograd estudió de memoria el cine de la comedia clásica estadounidense, encontró la clave para evitar las trampas del género y, además, le otorga a cada nueva obra que concreta una marca autoral. Sus personajes, en los clímax, simplemente aceptan su destino. Se sinceran consigo mismos y con los otros. Son lo que son.

Y ese también es el secreto del éxito de las películas de Winograd. Son lo que son. No venden buzones. Si uno va a ver una comedia encuentra una comedia. Sea comedia romántica, comedia familiar, comedia sexual, comedia cínica o, en este caso, comedia policial. Y como buen estudioso de todas las aristas de cada subgénero, Winograd sabe que detrás de la comedia policial se encuentra una historia de amistad.

El robo del siglo se vende como la reconstrucción del asalto al Banco Río de Acassuso de enero de 2006 pero, detrás de este MacGuffin, la película nos muestra la historia de dos personajes solitarios, dos ladrones: Fernando Araujo (Peretti) y Mario Vitette Sellanes (Francella) que aprenden que juntos pueden lograr cosas más grandes.

“¿Sabés porque siempre terminas preso?”, le pregunta Araujo a Sellanes ni bien se conocen, “Porque siempre haces robos pequeños”. “No puedo hacer robos grandes, yo siempre trabajo solo”, es la respuesta del uruguayo. “Y ese es tu problema”, le contesta el argentino.

A partir de este punto, el director exhibe lo que va a contar. La construcción de la relación entre dos personajes, en apariencia, opuestos. Un intelectual de espíritu soñador y un profesional pragmático. Y si bien la película nunca pretende ser más de lo que es, lo original de la propuesta es que termina siendo mucho más ingeniosa de lo que aparenta.

A Winograd no le interesa tanto el asalto en sí, como la preparación del asalto. La observación, el planeamiento, la prueba y error, e incluso los accidentes, que derivaron en que el robo de Acassuso sea perfecto, asombroso y pacífico. Nunca se había hecho un robo así en la Argentina.

Esa primera hora de película, además de explotar lo mejor de sus protagonistas, también le permite al director jugar con el humor. Apelando a algunos clisés y lugares comunes, le exprime cada gota de comicidad a cada situación, aprovechando el absurdo y la ridiculez con fines narrativos. Después demuestra su destreza narrativa para manejar la tensión y el suspenso, sin perder la ironía, algo que ya había demostrado en Mi primera boda y Vino para robar.

Aunque es criticado, injustamente, por hacer cine por encargo, las películas de Winograd confirman una y otra vez una mirada propia, autoral. Desde la estética hasta las ambiciones de producción. No es lo mismo trabajar en grandes estudios que con efectos digitales. El toque artesanal es palpable. Cada herramienta cinematográfica es explotada con el fin de narrar y, acá, arte, fotografía y edición, construyen escenas increíbles. El espectador no nota el uso de pantalla dividida para la escena del robo, pero la creatividad de la puesta concreta planos maravillosos, donde cada área técnica pone su grano de arena con el fin de construir un truco visual original e inusual para el cine industrial, pero imposible de hacer sin un gran presupuesto.

Pero detrás de todo el ingenio de reconstrucción del robo, del armado de escenas de suspenso, del cálculo milimétrico para generar un gag efectivo, se prioriza el costado humano. Los personajes y la química entre ellos son el motor de la historia. Si bien es cierto que los personajes secundarios tienen poco peso dramático, todos están interpretados con una solidez y sutileza extraordinaria. Ahí también está la mirada de un autor que no descuida ningún detalle.

Guillermo Francella y Diego Peretti conforman una dupla con una química maravillosa. Ambos repiten, con mucha autoconciencia, características de personajes que han interpretado antaño (ver Brigada explosiva que empieza con Francella robando un banco Río). Sacan de su galera sus mejores hits, los populares, los que los reconcilian con el público. En este punto, uno se olvida que está viendo una historia real fielmente narrada y ve a dos actores talentosos explotando sus fortalezas. Para algunos eso puede ser reprochable, pero se olvidan que el secreto de la comedia clásica también está en aprovechar la relación del público con los intérpretes, esa empatía natural que traspasa la narración. Y cuando eso está medido y calculado, los resultados pueden ser inmensos.