El robo del siglo

Crítica de Nicolás Ponisio - Las 1001 Películas

Una historia de película.

El 13 de enero de 2006, el Banco Río de Acassuso sufría uno de los robos más grandes de la historia de nuestro país. Un plan perfecto de tal magnitud que incluía una toma de rehenes, la perforación de 145 cajas de seguridad, la construcción de un boquete y un escape con dos gomones. Los ladrones huyeron llevando consigo aproximadamente entre 8 y 25 millones de dólares y 80 kilos de joyas. Semejante planificación y todo el trabajo para llevarlo a cabo parecía salido de una pantalla de cine. Hoy, 14 años después, la historia es contada con elementos cinematográficos gracias a todo lo que los hechos dejaron servido. Un relato que, en manos del director Ariel Winograd, es enlazado muy bien entre ficción y realidad para ofrecer un interesante disfrute audiovisual.

Sin tomarse nunca demasiado en serio, El robo del siglo es un film que apela a una mezcla de géneros para dar con una construcción perfecta de historia —y crimen—, la cual respira una palpable pasión cinéfila en su forma. El protagonista del film, y mente maestra del asalto, es Fernando (Diego Peretti), un artista plástico que no le encuentra propósito a su vida hasta que da con su plan maestro. Este personaje es presentado en su taller de trabajo, dándole sus toques finales a una pintura que, conforme se mueve la cámara a su alrededor, cambia su forma dependiendo del punto de vista. De igual manera, esto ocurrirá con una historia que destaca principalmente por ser una comedia, pero que no teme mutar a la par de toda la construcción para planificar el robo. No es por nada que, cuando Fernando observa cómo su porro es arrastrado por la corriente del desagüe fluvial que se encuentra debajo del Banco Río, el encanto estético con el que es narrado se ve completado por un videoclub y los pósters de cine clásico que rodean al protagonista al obtener su musa inspiradora.

Es así como a través de Fernando, y su idea inicial, la historia es manejada mediante un ritmo entretenido a pesar de que el espectador ya sepa sobre lo ocurrido y su desenlace. Siendo conocedor de este dato no menor, Winograd hace fluir la trama en torno a la personalidad de los distintos personajes que llevan a cabo su misión imposible, y los conflictos y arreglos que nacen de la química de su elenco. Es allí donde cobra gran peso la dupla conformada por Fernando y Luis (Guillermo Francella), un ladrón profesional de larga trayectoria y el inversionista del que se precisa para adquirir los equipos y la construcción necesaria para el atraco.

Si bien la trama está bien llevada bajo el liderazgo de sus dos actores principales, lo cierto es que el personaje de Francella no difiere de otras interpretaciones de su carrera. Y si esto por momentos tal vez ocasione cierta ruptura de verosimilitud, a la vez le otorga la posibilidad de destacarse más aún en escena a su compañero de elenco. La actuación de Peretti, sumado al equilibrado desarrollo de la trama que aumenta en comicidad pero también en dificultades para la elaboración del golpe perfecto, le brinda escena tras escena su talento para interpretar a este genio ideológico que vive en su enigmático pensamiento bajo los efectos de la marihuana. Algo así como un gran Lebowski criminal.

Si en algo falla el film de Winograd, tal vez sea en lo desdibujados que se encuentran el resto de los perpetradores. Personajes como Marciano (Pablo Rago), el Doc (Mariano Argento) o Alberto (Rafael Ferro), solo están allí para cumplir su función específica dentro de la suerte de Tarde de perros nacional que elucubraron. El film busca centrarse pura y llanamente en todo el armado y ejecución del asalto, equilibrado entre el humor y el suspenso de cada etapa. Y es en ello donde realmente se luce, no solo por el gag y el manejo narrativo que es utilizado con precisión, sino también por la puesta de cámara que se encarga de explicar con belleza estética los pasos a seguir. Además, gracias a ello se logra construir una idea arquitectónica de los espacios —internos y externos— donde se dan los hechos,siendo las divisiones de cámara, que marcan los distintos puntos donde se posicionan los personajes, un elemento conformado desde el interior del campo cinematográfico, haciendo que se aprecie la parte por el todo y también la totalidad en el conjunto de sus partes.

El robo del siglo se construye, al igual que el plan de los personajes, con precisión y un perfecto balance que apela al estilismo de la mezcla de géneros —comedia, policial y suspenso— acompañado por un ritmo siempre ágil y entretenido. Gracias a las variaciones que el director aplica a la historia, se sirve de los distintos elementos puramente cinematográficos para contar los hechos que superan a la ficción. Una historia de película que, 14 años después, encuentra su forma en un film que se encuentra a la altura de la enorme hazaña de estos criminales. Winograd sale airoso de su misión y se fuga sin caer bajo las fallas o inconvenientes que podrían surgir de tal producción.