El rito

Crítica de Carolina Giudici - Morir en Venecia

No deja de resultar llamativo el éxito de El rito (The rite), que lideró la taquilla local por tercera semana consecutiva a pesar de competir con una gran cantidad de títulos nominados al Oscar (es increíble que, por ejemplo, las muy buenas El ganador y 127 horas ni siquiera hayan entrado en el Top Ten). Cada tanto se dan estos casos difíciles de predecir desde el modesto cálculo periodístico, ya que El rito no es una película que haya aterrizado como un supertanque vistoso, ni intenta vender una historia original, ni tiene tampoco un elenco rutilante (aunque evidentemente que aquí el rostro de Anthony Hopkins fue más que suficiente). La crítica la destrozó. Pero es indudable que los exorcismos funcionan. Hay “algo” que los hace rentables, quizás una garantía de sustos tan inmediatos como pasajeros. Una de dos: o el espectador sólo quiere la simple evasión que ofrece lo sobrenatural (un escudo frente a los dramas realistas), o se compromete a acompañar a los personajes a través de una experiencia ambigua, dispuesto a obtener más dudas que certezas. Esta última motivación es la que inspira las buenas películas de terror religioso, y en este sentido El rito se queda a mitad de camino. Sin embargo, el film tiene algunas puntas interesantes. Por ejemplo:

La angustia del protagonista. El joven Michael Novak (Colin O’Donoghue) vive rodeado de muertos. Su padre (Rutger Hauer, por siempre inquietante) tiene una funeraria, y él heredó el oficio de preparar los cadáveres para el velorio (y jamás averiguar quiénes fueron esas personas o cómo llegaron allí). Su madre murió cuando él era chico y desde entonces se pregunta por la existencia de Dios. “En mi familia, o eres funebrero o eres sacerdote”, dice Michael, aunque nunca entendemos del todo por qué su futuro se detiene en esas únicas dos opciones. La cuestión es que el muchacho se convierte en un cura sin fe. Y a la vez parece que tiene talento, por eso lo mandan a Roma para hacer un curso sobre exorcismos, en donde se entrenará con el padre Lucas (Hopkins). Con una opacidad que el actor sostiene hasta final, Michael se vuelve un personaje misterioso, signado por una angustia que lo retrotrae continuamente a esa helada casa llena de sarcófagos.

La Iglesia en el siglo XXI. Faltan curas en el mundo, sobre todo faltan expertos en extracción de espíritus malignos. El sacerdote mentor de Michael no niega la decadencia, y por eso no puede permitirse la deserción del joven. “Vos estás becado acá, así que si decidís abandonar tu carrera, eso significa que nos debés 100 mil dólares”. En estos términos le habla el superior al protagonista para forzarlo a seguir con la sotana. Estamos ante una Iglesia escasa de clérigos y obligada a modernizarse. En el Vaticano el profesor dicta lujosas clases con Power Point y un monitor Touch Screen, hasta llegar al gran gag del film, cuando Hopkins interrumpe una sesión con Satanás para atender el celular. Son detalles simpáticos que le dan a la película una impronta de actualidad, le restan gravedad y la hacen más cercana.

La moderación. El director Mikael Håfström elige narrar con un tono circunspecto que favorece la construcción del personaje central y sus primeros encuentros con Hopkins. El terror crece de a poco, sin precipitarse desde los golpes sonoros. Las escenas de exorcismo no aportan mayores novedades, aunque en general están bien resueltas sin abusar de efectos especiales (con la excepción de la catarsis-espectáculo final, donde sobra maquillaje y digitalización). Es verdad que la película se cae bastante debido a una resolución condescendiente, y sin embargo hasta allí el relato venía transitando momentos sugestivos. Más allá de todas las alusiones míticas y las intervenciones concretas en los posesos, en El rito el eje no es tanto el demonio en sí sino la fuerza que ejerce el escepticismo, y aquí es cuando podemos llevar el dilema a terrenos que exceden lo religioso. Básicamente, se trata de la eterna tarea de colmar el vacío. El Diablo o la Nada.