El rey león

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Esta remake de El Rey León es tan realista -o fotorrealista, salvando distancia de lo que es una variante del hiperrealismo en la fotografía- que pocos se atreverían a decir que no se rodó en Africa, con animales de carne y hueso.

La canción, y la historia, es la misma: cómo el cachorro Simba huye del reino sintiéndose culpable de la muerte de su padre, Mufasa, y en el exilio conoce a Timón y Pumba, que le enseñan a no preocuparse, hasta que la leona Nala lo encuentra y juntos regresan para destronar a Scar, el tío malvado de Simba, que fue quien junto con las hienas se apoderó del reino, matando a Mufasa y acusando al cachorrito.

Los desafíos que tenían los animadores por 1994 (Toy Story, la primera película realizada enteramente por computadora, se estrenaría un año y medio más tarde) hicieron de El Rey León un prodigio de la realización animada.

El cambio de foco de las hormigas subiendo la rama mientras se escucha Ciclo sin fin en la primera escena, o el vuelo de Zazu hasta la Piedra del honor en la misma canción asombraban. Esta Rey Leónemociona como lo que se veía en el primer trailer: el comienzo, que es casi igual, plano a plano.

Lo que se pierde, claro, es la frescura de la primera.

Más que live action, esta versión de El Rey León podría decirse que es un cover. Como esos grupos que rinden tributo a uno original.

Lo que sucede es que El Rey León 2019 -salvo porque no tiene sorpresas para quienes disfrutaron el de 1994- es técnicamente irreprochable.

Pero, parafraseando la canción ganadora del Oscar, ¿puedes sentir las diferencias?

Hay, sí, algún alargue en varias escenas. Algunas canciones, como Spirit, que entona Beyoncé cuando Nala y Simba regresan a Pride Rock, y Never Too Late, en los créditos finales, interpretada por Elton John.

Tanto los animales -a clara excepción de Zazu, el pájaro- como los paisajes africanos parecen tan reales… Que uno juraría que es una película filmada, no realizada por computación. El director de fotografía Caleb Deschanel y los supervisores de efectos visuales Robert Legato y Adam Valdez ya habían trabajado con el director Jon Favreau en El libro de la selva. Y si aquella remake era sorprendente, admirable -por la creación de los animales, por sus movimientos- no queda expresión sobre lo que han realizado ahora.

Y a la pregunta qué ha hecho Favreau desde la dirección, la respuesta es más complicada que lo que podría parecer: mantener la esencia del relato, pese a que es casi igual, plano por plano, y darle un espíritu propio, y no prestado.

¿Qué se extraña de la original? (algunos spoilers en el párrafo siguiente):

El Mufasaaaa, uhhhh, Mufasaaaa en boca de las hienas cuando dialogan y toman el pelo de león a Scar. Malevolente y siniestro, Scar luce menos cómico y paródico, y menos arquetípico con respecto al animado con la voz de Jeremy Irons. ¿Qué más? La primera sorpresa es que cambia el castillo de Cenicienta al comienzo (no al final: no pasa nada en los créditos, más que las canciones). Hay un gag al final de Hakuna Matata: “Ahora improvisa”, se quejan Timón y Pumba de Simba; el bastón largo Rafiki no lo usa en la “lección” nocturna a Simba; el ratoncito de la escena con Scar tiene otra aparición, finalmente. Y faltan algunos apuntes de humor de Timón y Pumba para atraer a las hienas -como si los toques más de animación ahora no tuvieran cabida: ¿de dónde podría sacar Timón coronas de flores tipo hawaianas?-.

El resto sigue prácticamente igual, porque Sarabi, la mamá de Simba, ya estaba empoderada por 1994.

Decíamos, se alargan algunas escenas, pero ¿en qué puede durar media hora más (la original dura 88 minutos, ésta 118)? Los créditos, obviamente. Entran tres canciones mientras desfilan, fundamentalmente, los nombres de los técnicos de efectos.

En síntesis, la película traerá evocaciones a los chicos más grandes y a los adultos. Es que la canción sigue siendo la misma.