El rey Arturo: La leyenda de la espada

Crítica de Emiliano Andrés Cappiello - Cinemarama

Yo no lo voté

En el 2015 Guy Ritchie estrenó The Man from U.N.C.L.E. y muchos nos sorprendimos: resultó ser buena. Después de años haciéndose el piola con su camarita espástica, ralentis innecesarios y diálogos pronunciados a los pedos para que quizás no se notara lo idiota, el tipo fue y dirigió una película encantadora y divertida de verdad. En su momento, al escribir sobre la película, hasta me permití ser optimista por el futuro de su filmografía. Qué iluso.

El Rey Arturo: La leyenda de la espada es una nueva adaptación de la leyenda artúrica que, siguiendo la regla máxima del mainstream actual, prepara todo para que sea el comienzo de una saga. Esta necesidad de dejar puertas abiertas para aprovechar en más películas tiene como resultado una buena cantidad de personajes ausentes: no hay Lancelot ni Ginebra ni Morgana, y Merlin es apenas mencionado sin jamás dar la cara. En cierto sentido, es el opuesto de la versión 2004 de Antoine Fuqua, que abordaba la leyenda con algo de realismo histórico y un Arturo ya grande, cansado y con varios de sus caballeros descansando tres metros abajo de la tierra. La de Ritchie narra el origen de Arturo y su camino al trono en un mundo abiertamente mágico en el que los magos fueron prohibidos y el poseedor de Excalibur es casi un superhéroe, lo que sería mucho más entretenido si estuviera dirigida por alguien capaz de filmar escenas de acción en las que se entienda lo que está pasando. La secuencia de Arturo peleando con muchos bichos raros es el mayor ejemplo de este desinterés por todo; una seguidilla de animales atacando al protagonista en que no se entiende cuál es el riesgo ni el orden de los eventos. Ritchie, lamentablemente, repite sus peores vicios. No solo la acción es confusa, la trama es tan caprichosa y desprolija que solo queda preguntarse si habrán utilizado los guiones como algo más que papel higiénico. Hay personajes que uno nunca sabe bien quiénes son (la rubia que botonea), personajes repentinamente presentados a las apuradas en los últimos cinco minutos de película (la hija del Rey malo) y personajes que simplemente desaparecen (el milico interpretado por Roose Bolton). Y, ya con una irresponsabilidad narrativa absoluta, la Dama del Lago aparece un segundo como deus ex sin que nunca se la explique. Todos los personajes son humanos normales, magos o bichos creados por magia, esas reglas del mundo están claras. Pero de repente también hay una señora debajo del agua dando espadas, y ni un puto diálogo que provea de sentido a su aparición.

En su campaña por hacer que todo sea más horrible, Ritchie trae a El Rey Arturo: La leyenda de la espada su cariño por los personajes del inframundo criminal y Arturo es acá el líder de una banda callejera con base en un prostíbulo. Es un Arturo con calle, que se hizo desde abajo, mucho más canchero que los caretas de Camelot. Este cambio nos lleva a tener, en lugar de los míticos Sir Gawain o Sir Galahad, a los más mundanos Escurridizo Bill y Sir George (que, como vivimos en un mundo globalizado, es chino). No es por herir los sentimientos de los Bills y Georges de este mundo, pero esta insistencia de la película por insertar en la fantasía épica un costado “del tipo común” interfiere constantemente con cualquier posibilidad de inmersión en el relato.

La leyenda del Rey Arturo tiene numerosas fuentes y aún más adaptaciones artísticas. Como todos los mitos, sus formas cambian con el tiempo y los autores. Pero casi todas comparten algo: el respeto por lo que se está contando, la creencia de que esas historias son inmortales. El Rey Arturo: La leyenda de la espadasolo cree en una cosa: que hay guita en las franquicias. Después de todo, no es por nada ese interés de Guy Ritchie por los personajes chantas.