El retrato postergado

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Díptico de ausencias

A mediados de los años ´70, Roberto Cuervo era un joven y entusiasta fotógrafo que soñaba también ser cineasta. Roberto había conocido a Haroldo Conti, para ese entonces escritor consagrado al que admiraba, y comenzó a filmar un documental sobre su vida que se truncó primero con la desaparición del propio Conti, y luego con la trágica muerte del director novel en un accidente. Roberto Cuervo no llegó a ver el retorno de la democracia, pero su hijo Andrés, que floreció a la vida en años mejores, se convirtió en heredero de esa vocación y de las horas de archivo audiovisual sobre Haroldo. El inefable profesor Conti, el hombre que parió a "Mascaró" y fue el biógrafo de su Chacabuco natal, el escriba de los ríos, un tipo humilde; no "como esos escritores conocidos".
Con criterio personal, Andrés Cuervo eligió convertir este material de archivo en una suerte de doble documental: la historia del escritor consagrado, y la de su biógrafo ocasional que lo admiraba y que buscaba transmitir a muchos más esa admiración, lo pintoresco de una existencia que era y no era literatura. A lo largo de poco menos de una hora, juega con los sonidos, las voces en off, entrevistas de tres décadas atrás y las actuales e incluso con técnicas de animación propias. Todo acompañado y matizado con la adecuada música original de Dario Barozzi.
En una de las secuencias iniciales de esta película breve y testimonial, casi doméstica, Haroldo Conti se aleja caminando por un pasillo; la cámara, fija en su espalda, va saliendo de foco y un instante después, retoma frontalmente en otro pasillo, en lo alto de una escalera; Andrés Cuervo traspasa la puerta del presente y se enfrenta al marco de un retrato vacío. Retrato que llenarán con su presencia el protagonista original del documental (el escritor) y su biógrafo (el joven cineasta). El resto es literatura, cine... e historia.