El retrato de Dorian Gray

Crítica de Daniel Cholakian - CineramaPlus+

El director se apropia de la anécdota pretendiendo recrear la obra genial de Wilde, pero solo hace un remedo de la pieza literaria.

Dorian Gray, tal el título original de la película basada en la obra de Oscar Wilde, es, por sobre todas las cosas, una película pobre, anodina. Más allá de lo insatisfactoria que resulta su lectura en relación con el clásico literario en el que se basa, la película es olvidable en todo sentido.

El retrato de Dorian Gray, la novela original tiene, más allá de las claves habituales del género, un trabajo que permite desmontar las condiciones de doble moral de una sociedad, pero especialmente una lectura lúcida sobre un momento de cambio de la subjetividad humana, la consolidación de un individualismo exacerbado, y con ello del hedonismo moderno, así como también el tiempo conocido como “la muerte de Dios”, comúnmente atribuida a un contemporáneo, Friedrich Nietzche.

Todo ello circula de un modo banal y superficial por la película. El director se apropia de la anécdota, y desde allí pretende recrear la obra genial de Wilde, pero solo hace un remedo de la pieza literaria. La puesta en escena de la lujuria, a mitad de camino entre el erotismo, el video clip y el ridículo, y cierta actualización digital de las características de aquel retrato, que se deteriora mientras el joven Gray se conserva lozano, son desaciertos notables a la hora de las decisiones escénicas de Oliver Parker. La actuación del joven Ben Barnes despoja de toda complejidad al personaje. En su piel Dorian Gray es un sujeto sin deseo, como si la traslación de su corrupción corporal al cuadro fuera una operación que es ajena a su propio inconsciente, como si todo operara por arte de magia (lo que además termina relativizando la mirada crítica de Wilde sobre la subjetividad moderna). Hasta Colin Firth, un actor habituado a las sutilezas en la creación de sus personajes, construye aquí un malo de manual, despojado de cualquier lógica de un tiempo histórico, presentado casi como el mítico Belcebú.

Pobre y superficial, esta versión de Dorian Gray tiene con el original literario una relación similar al personaje y su retrato: mientras uno madura, sigue creciendo con el tiempo, se llena de vetas que permiten nuevas lecturas, el otro es pura figurita, inútil y sin relieve alguno.

Daniel Cholakian
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