El repostero de Berlin

Crítica de Catalina Dlugi - El portal de Catalina

Una historia de amores cruzados y soledades extremas, con tensiones religiosas y sociales, y un tratamiento inteligente, de parte del director Ofir Raúl Graizer en su primer largometraje. Autor también del guión creó un triangulo amoroso inusual, basado en el sufrimiento, la pérdida, el secreto y los recuerdos vívidos. Un ejecutivo israelí aprovecha sus frecuentes viajes a Berlín para tener una doble vida. Se transforma en el amante del repostero del título, el que cocina las galletas de regalo que suele llevarle a su esposa en Jerusalén. Cuando muere en un accidente, deja a sus amores dolientes. El repostero viaja a Israel y se infiltra en la vida familiar de la viuda de su amante, para hacerse imprescindible en su negocio y despertar  pasiones. En la exacta pintura de cada uno de los personajes, que no siempre se revelan totalmente al espectador, en sus miedos e inseguridades, en la tensión dramática pero también en la delicada progresión de esas relaciones, avanza el film con el buen gusto, la finura, las ideas claras. Y paralelo al mundo de los deseos, la religión, los prejuicios, la discriminación, las presiones sociales e ideológicas, lo no dicho, lo intuido. Pocas escenas más reveladoras de lo que bulle  en el interior de los personajes como esa seducción alimentada de curiosidad, dolor, vacío y descubrimiento. Muy bien actuada por Saraha Adler  por Tim Kalkhof que le da la dimensión justa a su atormentado rol.