El renacido

Crítica de Rosa Gronda - El Litoral

Hijo del Oso y del Caballo

Por su ambientación enmarcada en el salvaje espacio ilimitado y su indoblegable espíritu de aventura, “El Renacido” se acerca al género del western, con los infaltables personajes rudos que generan antagonismos (venganza, duelo y deudas a saldar). Todo (y más) está contenido en el formato elegido como un nuevo desafío del director mexicano, quien viene de una película tan opuesta como “Birdman”, que transcurría en los espacios cerrados de teatros y camarines. Con un giro brusco, Iñárritu ahora pasa del mundo hipercultural hacia lo primordial, donde la naturaleza se impone. En consecuencia, no sorprende que la narración prescinda de diálogos para concentrarse en el poder evocativo y poético del paisaje dominante y peligroso como marco de arriesgadas odiseas solitarias.

La trama está anclada en los inicios del siglo XIX, época de pioneros y colonos que confrontan con los pueblos originarios, pero (según el film) sin idealizaciones de ningún bando, lo que ya distingue a la película del nutrido repertorio de odas y diatribas sobre los unos o los otros. La historia (seca, cruda, realista y real) versa sobre dos temas ancestrales: la supervivencia y la venganza. No hay honor, sólo sed de sangre. No hay solidaridad, sino dinero a cambio de favores. En ese inframundo, la venganza y la supervivencia son lo único que puede hermanar a hombres heridos.

El eje de la trama son las peripecias de Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), un experimentado cazador de animales salvajes que lidera un grupo expedicionario dedicado al comercio de las pieles, una actividad que implica combatir a las belicosas tribus originarias y ser expertos conocedores del agreste territorio. Pero además, en esta epopeya oscura se suman las propias internas, a lo que el grupo del protagonista no es ajeno y donde uno de sus miembros, Fitzgerald (Tom Hardy), disputará con las peores artimañas el liderazgo de Glass. Con escenas brutales y desgarrantes pero sustentadas en su imponente dominio del lenguaje cinematográfico, el director realiza una construcción clara y precisa de sus personajes en una narración que no da tregua.

La Fuerza de la Voluntad

El realizador de “Amores perros” y “Babel” se inspiró muy libremente en la novela de Michael Punke, para reconstruir la historia real del cazador Hugh Glass (Leonardo DiCaprio), quien tenía un hijo mestizo y perdió en un incendio intencional de los blancos a su esposa india. Desde el arranque se escucha una frase que se reitera como leit motiv: “El viento no puede derrumbar un árbol con raíces fuertes”, y esa frase será el postulado con el cual el guión narrará la historia en cuatro etapas: presentación, caída, renacimiento y venganza. Si hay una constante, es el mensaje de que todo participa de la naturaleza salvaje, donde el sentido de la vida es pelearla, mientras se respira, nunca entregarse, sobrevivir y que la muerte es capaz de dar vida. Para esto el itinerario del protagonista desanda la escala humana y se mimetizará con el oso, el caballo o las iguanas que se adaptan en la tierra yerma y desolada.

Existe un permanente buceo en la naturaleza de la condición humana que se desanda más allá del siglo retratado (el de los pioneros y colonos); si no, basta con recordar el primitivismo ancestral de las escenas comiendo carne cruda o luchando casi cuerpo a cuerpo, con hachas o palos.

Aunque en la novela la acción transcurre en las inhóspitas regiones de Dakota, Montana, Wyoming y Nebraska, el film fue rodado en locaciones naturales de Canadá y Argentina (Ushuaia) en condiciones extremas que hicieron crecer su presupuesto y determinaron no pocas renuncias del equipo técnico. Iñárritu sale de la maraña de dificultades y autoexigencias que siempre se impone, gracias sobre todo a dos factores esenciales: las esforzadas actuaciones y la solvente factura técnica.

Acercamiento extremo

La película integra -casi como un oxímoron- brutal realismo y poesía visual en una puesta de casi tres horas que conforma una experiencia sensorial movilizadora en su avalancha de sangre, agua, fuego, nieve y violencia, donde la cámara se empaña en su propuesta de acercamiento extremo a la historia con planos envolventes y detalles de aquello que los protagonistas van atravesando.

A lo largo de su excesivo metraje hay cierta frialdad o distanciamiento, como la misma nieve que cubre los parajes que nos va mostrando; sin embargo, llegan momentos en los que es imposible no estremecerse, porque la historia que se cuenta es simple, lo increíble es cómo y desde dónde está contada. El rol de DiCaprio es incuestionable, tal vez en la actuación más puramente física de su carrera. La edición de sonido es discreta pero precisa, casi imperceptible, en un guión que privilegia los silencios y el sonido ambiente. Además la película empieza y termina entre silencios, tan bruscos como los protagonistas de este retrato visceral de la resistencia humana en condiciones casi insoportables.