El renacido

Crítica de Rocío González - Leedor.com

La última película en cartel de Alejandro Iñárritu es una de las grandes candidatas al Oscar. Por supuesto, que el haber ganado en la premiación anterior los dos mayores galardones (mejor película y mejor director) por su film Birdman lo pone en una situación ventajosa. Contar con la presencia de Leonardo Di Caprio tampoco es algo despreciable. En rigor de verdad, Iñárritu filma The revenant antes que Birdman, pero por diversas cuestiones, termina estrenando primero la que le mereciera las dos estatuillas de la Academia. Más allá de estos datos de color y especulaciones que ingresan en la órbita de lo predictivo, su “último” trabajo tiene algunos elementos para destacar.

La historia es muy sencilla, hasta se podría decir clásica: en la lucha por conquistar terrenos a los indios nativos americanos, un grupo de soldados vive en perpetuo enfrentamiento. Uno de ellos es el personaje de Di Caprio, quien es el “rastreador” del grupo. No sólo es peculiar este talento de conocer el terreno y encontrar huellas en el camino, sino que lo más destacado del personaje pasa a ser su filiación con los indios pawnee (ya que ha estado enamorado y ha tenido un hijo con una mujer de esta tribu). Vengar la muerte de este hijo mestizo a manos de un “compañero” se convierte en el único objetivo de vida del personaje.

El gran acierto de la película es conjugar el hiperrealismo con lo fantástico, de manera tal que no parezcan dos cosas en tensión, sino las dos caras de una misma moneda.

Lo fantástico viene dado, en primer lugar, por el título del film: “revenant” es una palabra muy particular que habla de un fantasma, alguien que regresa. Si uno no posee esta información, es posible que entre en crisis la verosimilitud del relato. El personaje de Di Caprio, sortea la muerte en más de una ocasión (no sólo sobrevive a los brutales ataques de los Rojos -los Sioux- sino a un enfrentamiento con un oso Grizzli y a intentos de asesinato por parte de sus compañeros de armas). Lo más importante, es “enterrado” en varias oportunidades (en una tumba, dentro de un animal, en una carpa). De allí que cada vez que salga de estos confinamientos, se transforme en un “renacido”.

Así como es fundamental este aspecto fantástico, hay que destacar que para lograr el hiperrealismo se hace un uso acertado de los planos secuencias digitalmente creados, con una cámara que se mueve de manera circular, atrapando en el centro de la acción al personaje, pero al mismo tiempo generando en el espectador un efecto visual muy cinematográfico: el sentirse dentro de la escena. A partir de esta marca registrada técnica que le valiera tantos elogios en Birdman, Iñárritu da cuenta de su capacidad para contar un relato que apela a la experiencia sensorial.

Para reforzar dicha experiencia, también hace uso de unos flashback (los que refieren a su vida familiar con los pawnee) en los que, al mejor estilo Terrence Malick, la cámara lenta y el contraluz proporcionan un oasis a la violencia del tiempo presente, y funcionan también como un refuerzo de lo fantástico, o lo mítico, que proviene del mundo no occidental, nativo-americano.

Concluimos, entonces, que aunque no sea el ganador por dos años consecutivos del Oscar, definitivamente Iñárritu se está convirtiendo en uno de los directores que dentro de la maquinaria de Hollywood, puede aportar al mismo tiempo tanto la espectacularización que la industria requiere como temas más profundos sobre los conflictos humanos.

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