El renacido

Crítica de Diego Paz - La cuarta pared

El tan esperado film de Alejandro González Iñárritu, que -para muchos- por fin le daría el premio de la Academia como Mejor Actor a Leonardo Dicaprio, llegó a los cines. ¿Realmente es tan bueno? ¿Leo se merece el Oscar, o se quedará tirado en la nieve, moribundo, viendo como se le viene encima una incesante avalancha de memes?
La trama de The Revenant (o El Renacido) es bastante sencilla: ambientada en el noroeste de Norteamérica en 1820, cuenta la historia de una expedición de cazadores de pieles (un oficio muy común en aquella época), a cargo del Capitán Andrew Henry (Domhnall Gleeson, de Star Wars: The Force Awakens y Ex Machina), con la ayuda del rastreador experto Hugh Glass (DiCaprio) y su hijo indígena, Hawk (Forrest Goodluck). Luego de una emboscada por parte de los indios locales (que están en busca de alguien), el grupo de Glass se ve diezmado y gravemente reducido en número, obligado a emprender una retirada y modificar su ruta. Luego, cuando Glass sale a cazar solo, por su cuenta, es brutalmente atacado por una osa parda (¡que no, no se lo viola!) que lo deja al borde de la muerte. Imposibilitado de hablar, y menos aún moverse, el capitán Henry -un hombre leal y justo, que sabe que le debe la vida de sus hombres a Glass- decide que lo trasladen entre todos en camilla hasta el campamento, para que allí sea tratado debidamente. Pero esto no hace más que retrasar aún más la ya difícil travesía de su expedición; ante el descontento de sus tropas, y sabiendo que el grupo de indios les pisa los talones, Henry ofrece una recompensa a quienes decidan quedarse cuidando de Glass el tiempo que sea necesario hasta su natural deceso, para luego enterrarlo debidamente. Los voluntarios son John Fitzgerald (Tom Hardy, de Mad Max: Fury Road), un hombre que ya tuvo ciertos roces agresivos con Glass, y el joven Bridger (Will Poulter, de We're the Millers). Ah, y Hawk, el hijo de Glass, claro; se queda con su padre, que es el único que lo cuida.
Y ahí están los tres, sosteniéndole la vela encendida al pobre Glass, esperando a que se muera apaciblemente de una buena vez. El problema es el siguiente: a Fitzgerald le importa tres carajos que Glass muera en paz; él solo quiere volver rápido al campamento, cobrar la platita que le prometieron, e irse bien lejos a comprar un terrenito. Así que decide tomar cartas en el asunto y... apurar los trámites, digamos. Pero luego de enterrar vivo a Glass y mentirles a todos al respecto, resulta que éste -que estuvo siempre consciente y viendo todo lo que ocurría a su alrededor- logra escapar a fuerza de voluntad y mucha baba, poco a poco recobrando sus fuerzas, comiendo lo que puede como puede, durmiendo en los lugares menos habituales (ya van a entender...), y emprendiendo así su viaje de regreso hacia el campamento con un sólo objetivo en mente: vengarse de Fitzgerald.
La trama, a pesar de que quieran adornarla como una historia de amor de padre e hijo, o de crecimiento espiritual, es una venganza hecha y derecha. Si bien tiene un ancla emocional en la relación de Glass y Hawk, ese sentimiento es el medio para justificar el fin. Y el fin es hacerlo cagar a Fitzgerald. Así de simple. Hay algunas subtramas que luego terminan no aportando demasiado, pero el principal combustible que lo impulsa a Hugh Glass a pasar las mil y unas es su profundo deseo de revancha.
El director mexicano es, a esta altura, y especialmente luego de Birdman, un abonado a los planos secuencia, y en esta oportunidad vuelve a utilizar este recurso constantemente: Iñárritu intenta introducir de lleno al espectador -aún cuando éste no quiera- ahí, dentro de la pantalla, junto a los personajes, con su cámara inquieta yendo y viniendo de un lado hacia el otro, a una velocidad lo suficientemente lenta como para no marearnos y permitirnos apreciar el maravilloso paisaje. El ataque inicial al campamento de tramperos, por ejemplo, es impactante y salvaje; piensen en el desembarco en Normandía que daba inicio a Saving Private Ryan, pero con indios en lugar de nazis y flechazos en lugar de balas.
Cabe mencionar que este grado de realismo se debe no sólo a la insistencia del director por meternos en la escena, sino también a la sabia decisión tomada por Iñárritu y su Director de Fotografía, Emmanuel "El Chivo" Lubezki, de filmar los escenarios naturales con luz ambiental. Es que, por si no lo sabías, The Revenant fue filmada sin utilización alguna de luz artificial, exclusivamente con luz natural. Este dato, que quizás para el lector promedio pueda parecer un mero detalle anecdótico y sin mayor relevancia, es de una vital importancia técnica, permitiendo que los colores se vean representados tal cual se percibieron en la locación real, evitando además el granulado y la textura propia de la película química tradicional con alta sensibilidad. Y permítanme dejarlo bien claro: el resultado final es de una belleza absoluta, sensación que se incrementa exponencialmente al recordar que lo que estás viendo en pantalla carece de aditamentos tecnológicos. Además, en varios tramos de la historia, Glass tiene visiones, sueños, donde se le aparece su esposa fallecida; estas visiones son de un carácter increíblemente onírico, por momentos similares a un film de Terrence Malick (The Tree of Life), dejándonos con la sensación de estar viendo una hermosa pintura en una pantalla gigante y a oscuras.
Por su parte, al igual que la elogiada fotografía, el diseño de sonido de The Revenant es de la más alta calidad, y otra de las razones que obligan a ver la película en cines (¡nada de torrents, carajo!). Desde el silbido de las flechas zumbando de un extremo a otro de la pantalla, pasando por el crujido de cada rama que existe en el bosque, el croar de cada rana escondida en los arroyos, o el tenue y tímido reposar de los copos de nieve, el sonido es totalmente inmersivo, metiéndote de lleno en la historia.
Ahora vamos a uno de los puntos de mayor debate: ¿qué tal la actuación de DiCaprio? Si bien aún no he tenido oportunidad de ver las actuaciones de todos los nominados (aunque Michael Fassbender siempre es número puesto para pelear el premio), lo más probable es que 2016 sea el año en el que, finalmente, y ya sea por mérito propio o por presión del público, Leo se lleve la estatuilla. Pero que quede claro: lo que sufre DiCaprio en pantalla en The Revenant no se veía hace rato en un actor de este calibre. Su Hugh Glass se la pasa imposibilitado de hablar -debido a la gravedad de sus heridas-, babeándose, arrástrándose, con los ojos rojos de furia y sed de venganza durante gran parte de la duración del film. Por supuesto que The Wolf of Wall Street requirió una actuación muchísimo más completa de su parte -se trataba de un personaje que atravesaba prácticamente todos los estados emocionales-, pero aún así no se lo ganó. Aunque... seamos sinceros: a los miembros de la Academia de Hollywood les atraen los personajes sufridos. Y Hugh Glass sufre. Mucho.
Y ya que estamos, debemos mencionar la tan hablada escena del ataque del oso (osa, bah). Sí, ya sabemos: más de uno pensará "A esta altura, luego de haber visto dinosaurios vivos como Susana, galaxias enteras, invasiones alienígenas, árboles que hablan, y tantas cosas más... ¿tanto lío por un oso?". Por un lado, quien piensa eso tiene algo de razón. Pero por el otro lado, la interacción entre la osa y DiCaprio es tan fluida, tan natural, que realmente parece que hubieran adiestrado al animal para que lo sacuda y lo zamarree de un lado al otro al actor. Es impresionante.
El resto de las actuaciones también son muy buenas, destacando por supuesto a Hardy y a Gleeson: la reacción que tiene cada uno, diametralmente opuesta, al enterarse de que Glass permanece con vida es sobresaliente.
Algo que me llamó poderosamente la atención es lo siguiente: durante la mayor parte de sus 156 min. de duración, Iñárritu intenta hacernos parte integral de la historia; quiere que suframos con Glass, quiere que experimentos su dolor (físico y emocional), que tengamos frío -de hecho, mis compañeros espectadores lo sintieron... ¡pero por lo alto que estaba el aire acondicionado!-. Sin embargo, hay ocasiones donde el director elige romper la cuarta pared entre film y espectador, y recordarnos que esto es una película. La primera de estas situaciones (que, de hecho, ocurre un par de veces) es cuando la cámara está tan pero tan cerca de los personajes, que el lente se empaña. Otro momento es cuando, durante la pelea final entre Glass y Fitzgerald, la sangre salpica el lente y queda ahí durante algunos minutos, "manchando" la imagen. Pero sin lugar a dudas el momento más alevoso de todos es cuando Leonardo DiCaprio mira directo a la cámara, nos mira directo a los ojos; y no al pasar, sin querer, no no: se queda ahí, inmóvil, observándonos fijamente. Más allá de la intención del director, de lo que nos quiere decir, esto, personalmente, me generó cierta... incomodidad, sacándome del verosímil, desconcentrándome; convengamos que me senté en la sala para ver a Hugh Glass, no a Ferris Bueller o a Deadpool.
Ah, una advertencia final: si sos fácilmente impresionable, no veas El Renacido. Si no te gusta ver sufrir a los animales, si sos de esas personas que ve una foto de un perrito con dos patas en Facebook y siente un hachazo en el pecho, no vayas. Porque posiblemente la vas a pasar mal. La película es bastante gráfica y no escatima en imágenes de cierta crueldad hacia los animales (aunque es todo mentirita, obvio, pero bueno...)
VEREDICTO: 8.50 - DIGNO GANADOR
El Renacido es un film visceral, crudo y, a su vez, casi de manera antagónica, de una calidad técnica sublime e indiscutida: fotografía, sonido, puesta de cámara, locaciones... todo es del más alto nivel y merece ser premiado en cada rubro. Aún así, la trama no deja de ser una historia de venganza y no mucho más. Y ciertamente podría estar un poquito editada, durar 10 ó 15 minutos menos. En cuanto a DiCaprio: no jodan, dénle el Oscar de una buena vez, pobre hombre. ¡Se comió un hígado crudo! ¿Qué más pretenden de él?