El renacido

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Cine hecho carne
Es muy interesante el viraje que están tomando ciertas superproducciones hollywoodenses, y en particular el hecho de que esta, la película mundialmente más taquillera del momento y una nominada a 12 óscars utilice a la propia naturaleza como base misma del espectáculo. No es algo menor; luego de décadas de ponerse el énfasis en los efectos especiales, (y ultimamente en la creación digital) esta vuelta a los rudimentos se siente como algo notablemente fresco y novedoso, como si de pronto se volviese a cuarenta años atrás y se redescubriera el poder fascinante e hipnótico de los planos abiertos y la magnificencia hostil de los territorios agrestes que caracterizaron a películas de Lean, Herzog, Kurosawa y Tarkovsky.
Las películas de supervivencia suelen ser experiencias extremas y trepidantes, y la propuesta del director mexicano Alejandro González Iñárritu no se ahorra ninguno de los malos tragos que pudieran acontecer en un micromundo en que el ser humano y la naturaleza conspiran contra la integridad física de un individuo. Es así que, basado en la historia real padecida por el explorador y peletero Hugh Glass, el abordaje enfatiza el padecimiento físico y mental de un individuo que toca fondo de múltiples maneras y que de todos modos se empeña en continuar viviendo. Es ahí donde se encuentra lo mejor y el sustento mismo de la historia: Leonardo Di Caprio brilla como pocas veces en una actuación totalmente corporal y desgarrada, atravesando con dificultad un inagotable cúmulo de adversidades. Un ataque de indios a su expedición es envolvente, caótica y abrumadora; una larga y agónica lucha contra un oso es de las más imponentes y realistas peleas cuerpo a cuerpo que se hayan visto en el cine; un período de inmovilidad física angustia en su radical sensación de impotencia; inmersiones en el agua, en la nieve, en pequeñas cuevas y hasta en espacios insospechados vienen cargadas con las palpitaciones de la desesperación. El renacido corta el aliento tantas veces como podría ser posible y se trata de un cine vívido, poderoso y sobresaliente. La notable fotografía del mexicano Emmanuel Lubezki (Gravedad, El árbol de la vida, La leyenda del jinete sin cabeza) imprime personalidad equilibrando maravillosamente la adversidad más íntima y cercana con fondos impávidos e infinitos.
Pero con premisas sumamente sólidas y una concreción tan brutal, es una verdadera lástima que unos cuantos aspectos del guión hayan sido descuidados. Destaquemos solamente tres: en primer lugar, Tom Hardy es un talentoso actor que podría haber sido el villano perfecto en su representación del odioso Fitzgerald, un resentido trotamundos, impaciente de retribuciones mínimas. Pero hay un énfasis constante para señalar que es el malo, un machaque que se repite en casi todas las líneas de diálogo que le toca proferir. Y un acto de truculencia final riza el rizo de lo absurdo, cuando se le antoja quitarle el cuero cabelludo a un enemigo abatido, aún cuando sabe que lo persiguen. Otro problema son ciertos tramos oníricos en los que la película incurre, lugares comunes que quitan originalidad al planteo, como cuando el protagonista abraza a una visión en una iglesia en ruinas y finalmente lo vemos con sus brazos alrededor de un árbol. Son escenas que no aportan nada, los espectadores ya conocemos el justificado sufrimiento del protagonista por un asesinato horrendamente injusto –que vimos con perfecta claridad– y no era necesario que Iñárritu lo recordara. Finalmente hay alguna secuencia de difícil explicación, como el hecho de que luego de que unos quince hombres fueran a la búsqueda del desvalido protagonista a través de un bosque helado, sólo dos salieran, poco después, detrás de un peligroso asesino en fuga; esto último podría haberse solucionado con arreglos mínimos en el libreto.
No se puede negar que Iñárritu es un notable director, un entusiasta y un creador que empeña hasta sus propias vísceras. Esto es admirable y festejable, pero también sería genial un poco más de cuidado, a fin de lograr una coherencia interna sin fisuras. Poco faltaba.