El reino de los monos

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Se conmemora nuevamente el Día Mundial de la Tierra, y desde hace un par de años eso significa una sola cosa, es el estreno mundial de un nuevo documental de Disney Nature. “Género” difícil de encuadrar el documental; sencillamente porque no hay un único estilo. En este sentido, Disney Nature se ha apoderado de un estilo propio; documentales sobre la fauna global, algunos enfocados en varias partes del mundo y con diferentes especies animales, otros más específicos en un punto geográfico y especie concreta.
Pero todos, hasta ahora, en un mismo sentido, una fuerte necesidad de alejarse precisamente del formato documental gracias a una férrea ficcionalización de todo lo que se ve. Este fenómeno, que tuvo su punto de mayor éxito y status de clásico para la eternidad con la japonesa Las Aventuras de Chatrán allá a finales de los ochenta, revivió a mediados de la primera década del Siglo XXI con esa bomba promocional que fue La Marcha de los Pingüinos, y de inmediato la corporación del ratón vio el filón para un negocio propio que se inició con aquella Tierra.
En este caso, la especie retratada son simios, que ya habían sido filmados en Chimpancés por el mismo equipo de filmación. Salvo que ahora son unos tiernos monitos; y el lugar elegido es el Sur de Asia, específicamente las ruinas de la civilización antigua en Polonnaruwa, Sri Lanka. La protagonista es Maya, madre de Kip, perteneciente a una familia extensa y variopinta cada uno con su elocuente “personalidad”.
Ella está dispuesta a todo por su hijo, y las adversidades no tardarán en llegar. Su hogar es usurpado por otra comunidad, y ella y los suyos son obligados a iniciar un camino de reubicación, deben aprender a conocer el nuevo lugar, adaptarse, y una vez instalados hacer algo para intentar retomar lo que es suyo, su hogar originario dentro de las ruinas.
Por si se olvidaron, esta sinopsis argumental, se refiere a monos y no a personas; lo cual, por otro lado, nos hace pensar si tranquilamente no se podría haber utilizado las mismas líneas para, por ejemplo, un film sobre una tribu indígena, o simplemente para una serie de ciudadanos obreros desclasados. Esto es lo que logran Alastair Fothergill (director de todos los documentales de Disney Nature), y Mark Linfield (co-equiper habitual de Fothegill en la mayoría de sus documentales), crear un argumento que permita a las almas sensibles sufrir junto con las desventuras de los monitos.
Con una narración, que en su versión original está a cargo de Tina Fey, El Reino de los Monos no se priva de nada, hay emoción, vértigo, lágrimas, momentos para el humor y varios golpes bajos acentuados por una banda sonora ad hoc. Un punto a favor, al igual que siempre, es la bellísima fotografía natural, por supuesto, algo turística pero necesaria.
El documental se nota muy cuidado y detallista, se utilizan hasta distintos tipos de montajes como ralentis, planos secuencia, y contra planos cortados y picados; todo en pos del mismo objetivo, que el espectador no pierda el interés por lo que ve. Hay una cierta idea en este tipo de films que los hacen desde la campaña publicitaria orientarse al público infantil; visto desde el punto de vista del mensaje y cierta carga de inocencia, no es mala idea concurrir con los chicos a ver esta película si lo suyo es la naturaleza y los bichitos.
En cierto punto se asemeja a acudir a los espectáculos propuestos por los acuarios. Ahí se nos ofrecen lobos marinos que se disfrazan de hombres, delfines saltando aros de fuego y que se dejan montar felices, o pingüinos que hacen las veces de mozos en una suerte restaurante; es como una necesidad de humanizar todo, de llevar todo a nuestro terreno. Hay una realidad, los documentales de Disney Nature suelen ser los más exitosos a nivel mundial ¿Si se ofrecería simplemente mostrar a los animales en su ámbito natural haciendo lo que los animales hacen a diario y nada más, atraerían la misma cantidad de público?
En definitiva, esto es cine, la máquina de sueños, y quizás no debería importarnos cuánto de lo que vemos es verdad y cuanto es “inventado” en pos del argumento; aún si nos presentan algunos animales que no viven realmente en el lugar en el que nos dicen. Lo dicho, quienes aceptan y disfrutan las reglas de este tipo de productos y se dejen llevar por el tierno momento, no deberían perdérsela, se trata de algo muy cuidado y de efecto seguro comprobado.