El reino de la corrupción

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Sobre desfalcos contemporáneos

La nueva película del director y guionista español Rodrigo Sorogoyen, El Reino (2018), reproduce el tono de honestidad brutal de su obra previa, la también excelente Que Dios nos Perdone (2016), un policial hardcore de investigadores apesadumbrados y un asesino en serie que violaba y mataba a ancianas en las calles de Madrid. En este caso el señor se mete con el típico entramado corrupto de la política, los empresarios y los medios de comunicación mediante la historia de Manuel López Vidal (monumental actuación de Antonio de la Torre), un funcionario público de una comunidad autónoma que termina transformándose en el chivo expiatorio de su partido político cuando un colega, Paco (Nacho Fresneda), cae en una operación policial denominada Amadeus por recalificación de terrenos y el robo maquillado de las sumas correspondientes a las subvenciones de la Unión Europea; un asunto que se agrava todavía más porque aparece un audio de Manuel reconociendo estar involucrado en el generoso desfalco en medio de una charla con otro correligionario, Pareja (Óscar de la Fuente), quien hizo un trato con el aparato judicial español para beneficiarse a cambio de entregar a un cómplice. Como en el partido del protagonista todos están manchados en mayor o menor medida ya que han mordido de lo lindo de la torta pública, La Ceballos (Ana Wagener), principal cabecilla de la fuerza, opta por endilgarle a López Vidal el fardo para que no salte un escándalo más grande y mucho más peligroso, léase un chanchullo bien enigmático que responde al nombre de Persika.

La cosa se complica de manera paulatina porque los otrora cofrades le comienzan a dar la espalda a Manuel, asimismo su esposa e hija -Inés (Mónica López) y Natalia (María de Nati)- padecen las consecuencias de la cacería oportunista sobre su persona y para colmo se suman en la mixtura dos figuras manipuladoras, la de una presentadora televisiva que la va de idealista, Amaia Marín (Bárbara Lennie), y la de un ex juez de la audiencia nacional que se incorporó al partido con pretensiones de dar una imagen de transparencia y renovación, Rodrigo Alvarado (Francisco Reyes), quien como todos los otros personajes esconde un gran manto de hipocresía. Entre allanamientos, estratagemas desesperadas, escraches públicos, mentiras y traiciones entrecruzadas, al verse acorralado López Vidal pretende conseguir pruebas de que la red del desfalco va más allá con el objetivo de amenazar con cargarse a todos los que pueda en el partido, la oligarquía empresaria y los medios de comunicación si no desaparece o se aminora la intención de hacerlo responsable de todo en soledad, como si hubiese actuado por su cuenta cuando en realidad era apenas un engranaje más de las múltiples operaciones de las elites en el poder. El protagonista es acusado de delitos como prevaricación, fraude, cohecho, estafa, falsedad y tráfico de influencias, sin embargo sus verdaderos problemas empiezan cuando recibe advertencias varias por parte de sus “amigos” y colegas de antaño, en especial al proponerse conseguir unos cuadernos manuscritos que recopilan los nombres de todos los involucrados en la trama de corrupción.

Sorogoyen retrata las matufias de las altas esferas de la sociedad europea de un modo preciso e impiadoso a través de los contantes encuentros de Manuel con diferentes figuras de su entorno inmediato dentro de una escala anímica/ legal/ política en la que la sensación de acorralamiento es progresiva y sólo parece dominar una necesidad muy profunda de sobrevivir cueste lo que cueste, planteo que desde ya lo pone -en primer término- en una posición de debilidad ante los ojos de personajes de impronta por demás parasitaria y -en segundo lugar- en una situación de angustia que lo envalentona y lo conduce a arriesgarse cada vez más y con una mayor vehemencia de base, proclive a llevarse puesto a cualquiera que le impida una movilidad y unas opciones más y más reducidas. El relato en sí cuenta con dos partes bien concretas: la primera presenta la pluralidad de políticos pútridos en cuestión y está sustentada sobre todo en la dinámica verbal, y la segunda mitad se abre con la semi agresión que sufre López Vidal y su hija en un restaurant situado a la orilla del mar y se caracteriza -precisamente- por una violencia en ascenso; desembocando en escenas magistrales como el episodio del grabador oculto, la secuencia de tono documentalista en la casa de la burguesita drogona y sus amigos, aquella otra centrada en la huida y persecución automovilística durante esa misma noche, y finalmente los últimos diez minutos de la entrevista con Marín, un verdadero ejemplo de cómo invocar recursos retóricos de Poder que Mata (Network, 1976), la obra maestra de Sidney Lumet, y salir muy airoso del asunto.

A pesar de que la propuesta está direccionada -aunque sin nombrarlo- hacia las maniobras deshonestas del Partido Popular y sigue un lineamiento pegado a lo que ocurre en el Primer Mundo ante los ardides de la corrupción institucionalizada, sobre todo pesquisas en serio y condenas a un puñado de los responsables más visibles, la verdad es que desde el Tercer Mundo y su eterna impunidad también nos podemos identificar con lo sucedido porque el latrocinio en tiempos tan cínicos como el presente está extendido a todo el planeta, ahora con los dispositivos de la publicidad, el marketing y las redes sociales sumándose de manera crucial en el lavaje masivo de conciencias con vistas a manipular/ doblegar desde el maquiavelismo más burdo y baladí a las clases populares, las cuales deambulan entre la abulia desinteresada y los achaques pasajeros de indignación aunque condicionados desde el aparato comunicacional hegemónico, ese que ataca a “perejiles” y calla en lo referido al idéntico accionar del resto de los cofrades de la mafia de turno. Antonio de la Torre está en prácticamente todas las escenas y redondea un desempeño magnético en ocasión de la difícil tarea de encarnar a un personaje que no es más repugnante que el sistema capitalista plutocrático de genuflexión colectiva al que representa y que siempre queda impune en casos como el aquí analizado, donde los que investigan, juzgan y transmiten la información resultante son cómplices explícitos en la andanada de delitos vía las figuras de la prebenda, los montajes, el silencio, las falacias y el saqueo caníbal en el momento más conveniente…